domingo, 4 de mayo de 2008

Portaretratos (II)

Mercedes Cerrotta

Descubriendo horizontes y miradas


Un sol radiante a punto de encontrarse con el horizonte. Un cielo limpio de nubes pintado de colores cálidos. Un mar revoltoso teñido en el centro de colores tierra, hacia los costados de un azul intenso iluminado. Una pequeña península cortando la monotonía del agua. Una silueta negra a contraluz mirando la nada.

Es verdad, el color atardecer es mi favorito. Es como mirar una fogata o el hogar encendido que lentamente se apaga para luego ser reanimado la siguiente mañana. Pero esta vez fue diferente, el sol parecía que se extinguía poco a poco al sumergirse en el agua. Es verdad, nunca me gustó el mar, pero esa tarde me dejó un poco hipnotizada. Fue en ese rincón de la costa de Buenos Aires, hace algunos ya algunos años, donde por primera vez vi al sol dejando de brillar sobre el océano.

En la silueta no se puede distinguir un rostro, una sonrisa, un gesto, un estado de ánimo, una mirada. Es posible que, a pesar de eso, en realidad no estuviera mirando la nada: observaba con asombro, y a su vez con precaución, un novedoso horizonte que me llamó la atención. Quizás estaba eligiendo un horizonte entre todos los que había conocido, quizás ya lo elegí, quizás todavía no me decido.

Y sí, definitivamente detrás de esa silueta existen muchos gestos, muchas sonrisas, muchas miradas, muchos rasgos de una personalidad que a veces cambia. Pero solo leyendo con ojos de lector curioso, entrometido, descubrirán qué mirada esconde ese perfil a contraluz que esa tarde contemplaba la línea perfecta que separa un cielo casi apagado y un mar revoltoso un poco iluminado.


Antonella Díaz

Familiandonos

Domingo de enero. Nos adueñamos de una playa, mis primos, hermanos, sobrinos y yo.

La naturaleza imperaba. Solo nos quedaba bucear, armar castillitos, jugar a la pelota y esperar que cayera el sol.

Mientras el mate le daba vueltas a la ronda, recordábamos cumpleaños, asados, caídas y proyectábamos los próximos viajes. De eso se trata, de buenos momentos, de simplemente disfrutar en familia.

Cuando estaba fuera del mar era más que importante tener agua caliente para seguir con los mates. A mi parecer el mate une a las personas. Además mi cámara de fotos siempre se hacia presente. Tengo la idea de que las fotos pasen de generación en generación.

Concejos de los primos más grandes a los más chicos. Muy típico por ejemplo:”cuando yo tenia tu edad hacia lo mismo “. Cuidar a los más chiquitos poniéndoles protector solar, secarlos cuando se mojaban mucho, jugar con ellos sin nada a cambio. Resaltar al tío preferido, a la tía que mejor cocina, a la prima que más estudió, el que más lindo salió, la que siempre hace las payasadas que nos hacen reír a todos. Compartir, compartir en familia es muy importante.

Mientras disfrutábamos del lugar, del sol, del mar y de nosotros mismos, nuestros papas, tíos y nuestra abuela nos esperaban con el asado de todos los domingos. Llegar y poder contarles a todos que habíamos pasado un día increíble completaba nuestro día.

El sol se despidió. Nosotros, mientras, sentados en la gigante mesa de mi casa llenábamos las copas y apurábamos al tío para que el asado estuviera listo.

Risas y alegrías. Familia y amigos. Asado y mates. Sol y mar. Recuerdos y fotos.


Federico Esteban

La foto que elegí es una en la cual estoy con mis amigos de esos que les decimos de toda la vida. Son unos que los conozco desde chico, tuvimos contacto por primera vez a los catorce años y desde entonces no nos dejamos de ver nunca más. Somos un grupo de nueve, nos juntamos todos los fines de semana a comer o a jugar al fútbol.

En esta foto estamos en la playa en un día soleado, todos juntos ahí tirados, un par tomando mate, otros atrás pateando una pelota y de fondo se ve el mar con bastante oleaje. Nos fuimos de vacaciones juntos el verano pasado a una casa para seis personas siendo nueve. El día de esta foto fue el treinta y uno de enero donde ya nos volvíamos a Buenos Aires para la suerte del dueño de la propiedad que alquilamos porque lo teníamos harto, nuestra casa estaba atrás de la suya y creo que lo torturamos quince días con la música, los gritos, tal es así que unas vez nos cortó la luz y a Santiago, un amigo, lo agarró de los pelos para que dejáramos de hacer lío y echáramos a todas las personas que habíamos invitado.

Antonela Giorgetta

“Sólo una foto”

Una imagen degradada, quizá ya es un poco vieja. Un patio, rodeado de plantas y flores, y un gran ventanal por donde se puede ver el interior de una casa, están en el fondo de la escena.

Una nena con dos colitas en el pelo parece alcanzar la felicidad. Ella está contenta, porque entre sus manos tiene una gran muñeca naranja. Ahora a esa muñeca le faltan algunas pelotitas de telgopor. Tiene un vestido rosa, y parece que fuese una tarde de verano, en la que el sol empieza a caer, para darle paso a una noche más.

A su lado hay una mujer de edad bastante mayor, sentada en una silla. El cansancio de los años se hace notar. Las dos están sonriendo.

Ya pasaron más o menos dieciséis o diecisiete años, y esas dos personas éramos mi bisabuela y yo.

Recuerdo aquel momento como si el tiempo no hubiese pasado. Y ahora solo deseo poder regresar el tiempo atrás para volverla a ver tan solo un segundo más.


Mariana Jaulin

Arranques y reacciones

Es una foto espontánea, tomada en algún que otro cumpleaños familiar. En ella aparecemos mi papá y yo. De fondo se asoman ciertos objetos que remiten a mi niñez.

Pero no es una fotografía en la que se me puede ver alegre, sino más bien representa uno de mis más característicos temperamentos. Desde niña siempre fui igual: frente a una situación que no me era agradable, mi primera reacción era el enojo. Luego, al ver que las cosas seguían de la misma manera, nacía en mí la terquedad. Además, para convencer a todos de aquella ira, hacía que mi cara adoptara un mohín. A veces (o casi siempre) funcionaba, otras no; en ese caso desaparecía inmediatamente dando algún que otro portazo y mojando todo con lágrimas (no por estar triste, simplemente por aquella rabia que se apoderaba de mí).

Pero no puedo identificarme con esta fotografía por el simple hecho de que muestra una de esas facetas de una típica nena mimada. No, puedo además verme sentada en la falda de mi papá, aprovechando de ese momento, como recuerdo haberlo hecho muchas veces más. A través de esa fotografía puedo verme con él y levantar la mirada y ver a mis dos hermanos y a mi mamá. Todos juntos en familia, cosa que ya no sucede desde hace años debido a ese nefasto divorcio.

No puedo describirme como una persona triste, desganada, porque no lo soy. Fui y soy muy feliz. Aprovecho mis momentos, disfruto de la vida a mi manera. Pero aún así muchas veces surgen esos arranques… una típica faceta que sigue siendo mía.


Celeste Kerelenko

Mis ojos están ocultos detrás de algo que durante mucho tiempo había buscado: anteojos como los que usaba John Lennon. Ese día los había conseguido, estaba muy feliz por eso. La sonrisa que se dibuja en mí, demuestra aquel momento de alegría.

Ahora, se preguntarán por qué un par de anteojos me hizo feliz. Bien, la respuesta es la siguiente. Desde que recuerdo, escucho a bandas como Queen, The Beatles, Sui Géneris, por ejemplo. Influencias de los papás quizás. La cuestión es que de grande descubrí que John Lennon tenía otro mensaje para mí. Además de su música, me transmitía paz. Y eso es lo que durante muchos años busqué. Paz, que pude representarla comprándome esos anteojos.

Quizás en el momento en que los obtuve pude llegar a notar que algo estaba cambiando, no por esos vidrios, sino por mí misma.
Hay algo en esa imagen que no es usual para mí. Nunca tiro hacia atrás mi flequillo, pero ese día quizás haya habido algún motivo especial para que no aparezca en la foto.
Mi remera no sé si me identifica. Pero creo que las cosas suceden por algo, así que hubo algún motivo para que decidiera escribir esa frase de una canción de la primera banda que pude sentir como propia.

La pinté con las palabras de “Maldita, cortamambo y cruel”. Supongo que no soy nada de eso, pero hay una explicación lógica. Si seguimos escuchando esa canción, la oración terminaría con “la duda”.
Y siento que muchas veces la duda fue demasiado maldita, cortamambo y cruel.


Tatiana Lodosa

Trescientos sesenta y cinco días

Ancianos, adultos, jóvenes y niños sonríen a una cámara que seguramente en nada se parece a las que hoy nos retratan.

Me veo en brazos de una mamá un tanto más cambiada que la de ahora, que sin ocultar su rostro de felicidad, me levanta como si fuese un trofeo. Me veo rodeada de gente completamente desconocida pero que, paradójicamente, se encuentra allí por mi. Miento, no son todos desconocidos, algunas caras vienen a mi mente como ráfagas, caras que ya no veo, caras que deje de ver por alguna razón y que la vida con sus vueltas quiso que me volviese a encontrar, otras que ya no se encuentran, que necesito y MUCHO. Pero que en cierta forma, aunque no en forma de caras, están. Y algunas que ni siquiera puedo recordar. Por ahí aparece también la de un payaso; y quién me puede asegurar que nada que ver tiene con mi actual fobia. Igualmente yo, ni enterada.

No sé por qué le sonríen a esa antigua cámara, ni tampoco sé por qué yo no lo hago, ¿será qué no sabía que todas aquellas personas estaban allí para verme? Seguramente. ¿Por qué? Porque hace diecisiete años y nueve meses todos esos desconocidos y los no tanto se reunieron vaya a saber uno dónde a festejar el cumpleaños de una nena, el cumpleaños número uno.

1 comentario:

Anónimo dijo...

muy lindo el blog...leimos la mayoria de las descripciones y nos gusto mucho la de celeste! nos sentimos identificada porque cuando escuchamos a lenon nos pasa lo mismo, sentimos esa sensacion de tranquilidad y paz que a veces en este "mundo veloz" cuesta alcanzar!

seguimos estudiando antropologia!!!

besos