miércoles, 7 de mayo de 2008

Portaretratos (IV)

Agustina Saez

Celeste sin una pizca de blanco, transparencias que a lo lejos forman azul oscuro, verdes de todos los colores y un gris que intenta ser negro.

Combinación poco común, dirán, pero a la vista uno de los lugares que a mi parecer es de los más hermosos. Mi mirada no se cansa en ningún momento de ver estos paisajes, de admirarlos. Mis pies se entierran en un suelo que parece arena, ¿quién pensaría que se trata de cenizas de un volcán que alguna vez estuvo en erupción? Caminando por ahí se confirma.

Pies, manos, todo lo que tenga contacto con el suelo se ensucia. La soledad en un lugar así no merece ser vista como una mala compañera, sino como la forma más maravillosa de pasar el tiempo frente a un paisaje que no se cansa de mostrarnos su belleza. Hay viento, si, pero el sol acaricia con tanta suavidad que me hace pensar que un día ahí es poco tiempo.

Más allá, opuesto a la imagen, el volcán protagonista, culpable de la ceniza, de la suciedad en mis pies, y de un bosque bonsái todavía virgen.

¿Qué más se puede pedir estando ahí? Solamente que el paisaje siga sin cesar con las ganas de mostrarse, y que mis ojos nunca se cansen de admirar un cielo celeste, un lago azul transparente, cerros verdes que intentan ser el marco, y una ceniza que quiere ser arena, sin darse cuenta de que es única tal como es.


Fernando Pantuso.

Acá me encuentro rodeado de mis mejores amigos en el lugar donde los conocí (Villa Gesell) y donde cada verano comparto más de un mes viéndolos todos los días. Precisamente la imagen es de el último verano, mes de enero. Estamos sentados en el bar del balneario quien sabe haciendo que, seguramente debatiendo sobre algo, pensando que hacer, jugando algún truco o comentando eventualidades de la salida nocturna del día anterior.
Debió ser un día soleado y de playa quiero creer, porque la mayoría están con lentes de sol, y aparte porque claramente se nota el reflejo en mi cara achinándome los ojos.

Después de meditar me quedé con esta foto para describirme, porque pienso que el momento en donde uno define su personalidad es en el transcurso de la adolescencia, a través del entorno que a uno lo rodea. Por eso elijo mostrarme con mis amistades que soportaron y soportan muchas veces mi mal humor o mi terquedad pero a las que sé que hago reír con chistes, ironías, ocurrencias graciosas y payasadas o pensar y discutir con mis puntos de vista y mis reflexiones.
Son con los que comparto las cosas que me gustan hacer, ya sea ir a la cancha a ver a Boca con alguno de ellos, juntarme a jugar al fútbol, tomar unos mates o también salir los fines de semana por las noches.
Desde chiquitos pasamos eneros y febreros jugando a todas horas juntos. Yendo y viniendo por todos lados. Ahora de grandes ya no hace falta esperar un año para vernos. A pesar de las distancias, siempre estamos cuando nos necesitamos, para bancarnos, reírnos, contenernos y divertirnos.

Jésica Rey Vázquez

"Una sonrisa vale más que mil palabras", así comienza la descripción de mi fotografía. Hoy, en este preciso momento, y sin echar ojo a ningún pasado, puedo decir que me encuentro feliz. Transito un momento de mi vida, en el que me siento plena y libre de hacer lo que siempre quise, algo tan fácil y tan difícil al mismo tiempo: sonreir. Comenzaría diciéndoles, que desde que tengo diez años de edad, pasé por cuantos dentistas se les ocurra. Sí, no me refería a una falta de "sonrisas" por un problema de índole sentimental, sino por una cuestión vinculada al ámbito odontológico. Esto puede tornarse gracioso, pero no es mi objetivo que así lo sea. Sólo quiero contarles lo importante que fue para mí, reír por primera vez y lograr la felicidad que hoy siento y me identifica.

Pícara y alegre, me llaman Jésica, pero nunca me gustó ese nombre. Quienes me conocen, pueden decir que jamás soy de enojarme, todo lo contrario: aporto buen humor y alegría a los grupos de gente en los que me manejo. No soporto las discusiones, siempre trato de evitarlas. No discrimino ni juzgo a nadie, no es mi estilo. Pero sí hay gente que se dedica a reírse de los demás, y eso no me gusta, porque lo hicieron conmigo. Haber utilizado durante cinco años aparatos fijos para la corrección de mi dentadura, produjo un gran cambio en mi vida (les aseguro que para bien) y transformó mi forma de pensar. Sufrí muchas burlas, demasiadas, pero me hicieron crecer, hacerme aún más fuerte. Fuí tan ingenua al tener la ilusión de estar rodeada sólo de buenas personas: ellas me defraudaron. Durante mucho tiempo estuve sumergida en un mundo de ficción, del que ahora me arrepiento no haber escapado antes. Pero no me gusta juzgar a los demás, como ya lo dije no es mi estilo.

En el presente en el que vivo, tengo personas maravillosas con quienes compartir mis días, seguir aprendiendo, creciendo, y ser feliz sin nada a cambio. Me gusta este presente y no lo cambio por nada. Si tuviera que describirme hace unos años atrás, creo que comenzaría a tomarme bronca. No puedo entender como pude ser tan...¡No tengo adjetivo para explicarles!. De tan buena que era pasaba a ser tonta, odio mi pasado. Desde ya que soy conciente de las muchas veces que fui utilizada por mis amigos (al menos eso parecían ser), y que hoy ya no lo son. Se dedicaban a burlarse de la gente, y yo, como siempre, era uno de sus focos de burla (siendo la única persona que iba todas las semanas al dentista). Pero estas experiencias sirven, y mucho, yo diría, tal vez, demasiado.

Hoy abandono el incansable hábito de ir al dentista. Hoy hago frente a las situaciones, diversas sean. Hoy me identifica mi fuerza de voluntad y mis ganas de superarme día a día. Hoy forjo mi propio camino y no dudo en desconfiar del otro, con el que alguna vez fui totalmente ingenua. Hoy puedo sonreír sin prejuicios y también, reirme de aquellos que lo hicieron conmigo. "La sonrisa que proyecta mi fotografía es la que alguna vez quiso y no pudo ser".

En esta descripción, no fue mi intención revisar el pasado, solo que a veces, el viento, trae inevitables cenizas de su recuerdo.


Natalia Rodríguez Cano

“Describir una foto”, parece sencillo. Primero hay que encontrarla. Comienza la búsqueda, los recuerdos olvidados. Se retrocede en el tiempo y todo se hace más confuso, y de pronto estoy mirando a alguien a quien había olvidado.

Tengo una sonrisa en la cara, un poco armada para la foto. Tengo mis manitos cerradas y estoy un poco tensa.
Apenas tengo seis años y es mi primer día de clases.
Más allá de la picardía en la cara y la desinhibición que me caracterizaba en esa época tengo un poco de miedo.
No recuerdo que pensaba ese día, sin embargo, lo que me produce la foto es mucha ternura y ganas de mimarme.
Cada detalle esconde una anécdota, desde mi flequillo, mi pelo corto , hasta mi pose para la cámara.
El ambiente no encaja conmigo. Es oscuro y sin color, monótono y aburrido. Aunque yo esté con el uniforme típico de escuela privada, se puede ver (o puedo reconocer) que soy especial, que soy diferente.
Dulce chiquita que necesita mucha ternura y paciencia, con tendencia a querer a las personas que la rodean. Honesta y auténtica.
Hermosas cualidades las de la niñez, que irradian inocencia y nos permiten llorar añorando lo perdido para volver a soñar.


Nahir Rodríguez

El brillo en nuestros ojos

Blanco y negro, falta de colores, o exceso de matices. Puede que para algunos la falta de colores le quite algo de su esencia a la imagen, pero aquí nos abre un camino.

No hay fondo detrás de nuestro, solo un negro liso y parejo de donde suavemente emergen nuestros rostros.

Comienzo a meterme en la imagen siguiendo los claros que se descubren y veo tu gorra blanca y mi pelo ondulado que se desparrama sobre aquel fondo negro. Bajo siguiendo uno de esos rulos y veo ese brillo con forma de estrella, es mi aro, ese que me acababas de regalar.

Me alejo de la foto pensando en aquel momento y encuentro otro plano oscuro y amplio en el que solo se ve el escudo de River sobre tu pecho y mi remera entonces blanca con rosa que hoy es blanca con gris claro. Noto que el blanco no abunda y vuelvo a los detalles, me emociono, descubro tu sonrisa picaresca que junto con la mía ,en complicidad, ocultan más de lo que hoy me revelan.

Tomo distancia una vez más y esta vez me atrae nuevamente a la foto el brillante del aro en mi nariz. Una conversación se deja descubrir entre el brillo de tus ojos y los míos. Brillo blanco, tan blanco como nada en esta foto, ni mis aros ni el escudo de River, se ven tan blancos y puros como el del brillo en nuestros ojos, que se miran silenciosos intercambiando su cariño.

A pesar de que esta foto fue sacada sin motivo aparente, hoy descubro la complicidad en nuestras miradas y aunque fue tomada por nosotros, es como si la cámara nunca hubiera estado.

Nuestros ojos intercambiando sus chispas me hacen pensar en el significado del amor y una vez más, entre pensamiento y pensamiento, me salgo de la imagen, pero vuelvo y ahí están en primer plano nuestros rostros con los ojos brillosos y esas bellas sonrisas, cómplices de lo romántico de un verano juntos lejos de la ciudad. Al mirar y estar dentro de la imagen siento que el tiempo nunca se detuvo y vuelvo aquel momento. Ahora comprendo porque el amor se reconoce por el brillo en nuestros ojos.


Aldana Soledad Saavedra

La Plaza de la Revolución

Siempre pensé que no era fácil describirse a uno mismo. Quizá siento que es un tanto egocéntrico, aunque también podría resaltar mis defectos. La cuestión es que describir una imagen es un poco más sencillo y más si se trata de algo que me represente (no sé si basta con esto, pero es gran parte de lo que soy).

La foto que elegí podría decirse que representa de uno de esos momentos únicos e inigualables que uno tiene en su vida, y es con la que puedo dar una introducción a mi persona. Y si tengo que dar una breve reseña de lo que soy, podría decir que a pesar de mi corta (o no tanto) vida tengo muchos ideales adentro de mi cabeza, muchos sueños, aunque reconozco que muchos de ellos son un tanto utópicos (pero como soñar por ahora es gratis…). También soy impulsiva, un poco histérica, y muy compañera con los que me acompañan.

Suelo estar en paz simplemente escuchando algunas poesías de Silvio, del Flaco o de Joan Manuel, suelo escaparme del ruido y la rutina leyendo un libro, o pasando un buen rato junto a mi ahijado y junto a Marcos, mi compañero de aventuras. O haciendo algún viaje, como el que hice este verano con él.
De ese viaje nació la foto que relato, en ella encontré la síntesis de la visita a un país que me cambió la vida, la forma de pensar, o diría que más que cambiarla, la fortaleció. Descubrí una realidad que superó mis expectativas, una realidad con la que más de uno se llevaría una gran sorpresa.

Y si elegí justamente esta, y no otra de las cientos de fotos que traje de allí, es simplemente por que siempre imaginé pisar esa plaza, la Plaza de la Revolución, que alguna vez (y muchas veces más) fue colmada por un grito de libertad, valentía e ideales. Es por que cada vez que recuerdo ese viaje esta presente el momento en el que me acercaba a esa impresionante representación de hierro contorneando la cara del Comandante Ernesto Guevara, la que cuando el sol se escondía y la sombra cubría la cuidad, parecía que cobraría vida. Esa imagen que está en un edificio al que, en esta foto, yo le doy la espalda, mostrándome cerca de él.
Congelé esa imagen para siempre, pensando que pisé esa plaza donde él no estaba homenajeado en un edifico, sino junto a la gente más maravillosa del mundo, dando un grito de revolución, de cambio. Nada más y nada menos.

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