domingo, 11 de mayo de 2008

Portaretratos (V)

Juan Muchnik


Mi casco azul


Adoro abrir cajones llenos de fotos y mirar una por una. Por esta razón, la consigna me resulto complicadísima. Tengo una gran cantidad de fotografías preferidas que guardo con el mayor cuidado pero realmente no puedo concebir la idea de encontrar una sola que sea la que mas me identifique y tampoco puedo pensar en la idea de que un solo momento, o una sola faceta sea la que me defina completamente.

Como uno de los pilares más importantes de mi vida (seguramente el más) rescato a mi familia. Por lo que en una primera instancia había elegido una foto en la que estoy con mis hermanos y mi padre. Significa mucho para mí porque fueron pocas las oportunidades en que estuvimos los cinco juntos para una foto. Nuestros destinos, han tomado caminos diferentes, o mejor dicho, lugares diferentes. La descarte porque mi mama no aparece y no iba a poder dormir con la conciencia tranquila dejando a la vieja afuera.
Después me decidí por una en la que estoy todo disfrazado, por la simple razón de que me reía cada vez que la miraba, hasta que me di cuenta que para el que no me conocía personalmente iba a ser una tarea difícil reconocerme de chico con la cara medio tapada con una nariz de payaso y un sombrero gigante.

Finalmente elegí una de Abril del 91. No reconozco el departamento pero al ver la fecha en el dorso de la imagen me emociono y supongo que mis padres todavía no habían formalizado esa separación que como hijo me costo tanto superar, ahí logro entender el porqué de esa expresión tan alegre en mi cara. Los chicos son inocentes, pero perciben todo.
En esta foto veo reflejados muchos aspectos positivos que rescato de mi personalidad. El buen humor, la creatividad, la simpatía, las ganas de jugar, de interactuar con el otro, el ser positivo, el encanto, la mirada sincera, el compañerismo, la transparencia, la diversión, etc. Cada concepto con su debida justificación.

Quizás demasiadas palabras para una simple foto de mi infancia con un casco azul que no se ni donde está.



-Maria de Belén Souhamí.

Recuerdos de nostalgia


Elegí esta foto porque representa una importante parte de mi vida: mi viaje de egresados. Me fui a San Martín de los Andes. Con todas mis compañeras, no era el viaje que soñábamos en un principio, pero lo terminamos disfrutando mucho como lo podrán notar.

Gracias a la foto puedo recibir tantas risas, recuerdos y episodios vividos juntas. Uno de los más divertidos fue cuando hicimos la cabalgata. En esta foto estamos muchas montadas a caballos muy cansado por el gran recorrido que les obligamos a hacer. Ésta se sitúa en uno de los más grandes lagos de la zona, y permitió que los pobres animales tomaran agua y recuperaran su ánimo para seguir disfrutando esta tan divertida actividad que nos tocó vivir. Creo que esta imagen es la adecuada, ya que así como los caballos pudieron tomar un descanso del gran camino trazado, yo pude hacer lo mismo y mirar todo lo bueno vivido hasta el momento y lo que me faltaría todavía experimentar en el resto de los días.

Nunca olvidaré ese día en el que todas nos sentimos un poquito más amigas.


Eugenia Marcote Sueiro

Eugenia, una joven de tan sólo 22 primaveras, de ojos tiernos, soñadores que transitan entre la mirada ingenua al estilo de Sarah Kay, quien ve al mundo con una simpleza excepcional, carente de toda posibilidad de maldad en cualquiera de sus formas. A la vez se inmiscuye en ellos una Susanita -amiga de Mafalda, por si a alguien el mero nombre no le basta para evocarla- con su concepción de familia muy desarrollada. También coexiste en esos ojos una mirada más profunda, como quien busca ver más allá de lo que miran. De una dulce sonrisa, una simpatía heredada como bien irrenunciable de familia y un carisma que más que una cualidad es un don que ella recién comienza a descubrir.
Desde marzo comenzó a escribir una hoja nueva en el libro de su vida. Aquella sobre la concreción de un sin fin de sueños, ansias y expectativas a futuro, que bien se pueden resumir en ser una de las licenciadas en comunicación social del mañana.

Yo, que la conozco bien, puedo decir que esta pequeña adulta deja huella donde camina y que ese sueño que les conté que tiene lo va a concretar sin ninguna duda.


Miguel Ángel Santoro

Las palabras del silencio


Debo confesarme. A partir de este trabajo sé que cambiará mí mirada, mí juicio y mí entendimiento respecto a mirar una foto. Ahora comprendí que no sólo son valiosas por lo que cuentan, sino, más aún, por lo que callan.
Tierra y rocas pequeñas en el suelo; un lago celeste, verdoso, azul y no recuerdo qué otro color según el ángulo de reflejo de luz solar; montañas a lo lejos, cargadas del elemento que da vida por excelencia: agua hecha nieve; algunas nubes, que resaltan la grandeza del Cerro Catedral. En medio del paraíso, con campera, pantalón y botas térmicas, quien les escribe. A la derecha, con cámara en mano y el mismo traje, un compañero despistado.
Sí, una foto de mí viaje a Bariloche. Aquí la foto cuenta.
Cuántas emociones y sentimientos intercalados a cada instante he experimentado en aquel lugar. Es más que obvio que tan sólo yo sé tal cosa, y aunque me esforcé en plasmar ese sentir en mí cuerpo, para luego en la foto, ésta devuelve tan sólo una sonrisa generosa en mí cara, una mano alzada al cielo cómo insinuando ser triunfador de algo, pero que, en verdad, es una imitación a mí ídolo Freddie Mercury. Aquí la foto calla.

En este punto me detengo para remarcar mi idea. ¿Es manifestado por el receptor el lado B de dicha fotografía? No lo creo posible. Inmediatamente se me viene una idea a la cabeza ¿Para qué fotografiarse si lo que realmente importa no se plasma en ella? Una primera respuesta sería que podría uno fotografiarse con objetos materiales, personas, lugares y otras cosas que sí son relevantes para uno, pero, replico, ¿Qué queda para el sentir y para las memorias?
Soy de los que hablan mucho y creen en el diálogo, pero reconozco la importancia de saber callar. Es que, a veces, y al igual que en una foto, un silencio dice más que mil palabras.


María Eugenia Simhan

Una imagen, mil palabras


Un verano que llega a su fin y doce caras amigas que muestran entre sonrisas la alegría de una vivencia inolvidable. En la puerta de la casa alquilada, hogar que fue nuestro por quince días, entre valijas y ya sin bikinis, nos despedimos de estas vacaciones que fueron tan prometedoras como cumplidoras: la experiencia de convivir entre mejores amigas día y noche sin parar fue más que positiva.
Todo salió muy bien, y de seguro mil imágenes como la de la foto que escogí quedarán en las retinas de cada una de nosotras doce.


Laura Soledad Soto

Generaciones


Muchas cualidades se pueden ver en una foto en la que uno se encuentra retratado, y estas cualidades forman parte de nuestra identidad.
Las cuatro sonreímos, incluida yo; la sonrisa es una característica que nos identifica. Una rubia, otra pelirroja, otra morocha, otra castaña, diferentes, pero con el mismo corazón necio y luchador. En forma de fila se observa generación tras generación.
El paisaje se define en un verde penetrante y trepador.
Yo, la anteúltima de la cadena, llevo en mis brazos una vida que apenas acaba de nacer y a la cual le queda mucho camino por recorrer.
Allí se puede ver mi alma aniñada, tanto como el alma de quien acuno con mis manos, tanto como el alma de quien llevo cargando del brazo. Alma ingenua, soñadora, todas aquellas con un proyecto, con una meta por alcanzar, que ni siquiera el tiempo puede detener ya que vive en nuestras mentes.
Luz emprendedora, ese es el destello que se aparece a mí alrededor. Destello que dejará una huella en el mundo de hoy, que dejó una huella en el mundo de ayer, y que dejará una huella en el mundo del mañana.


Brenda Sznycer

Acróbatas


Seguro era el cumpleaños de alguna, no sacábamos fotos todos los días. Ya éramos expertas en acrobacias desde hacía años, no sin sufrir las consecuencias de una medialuna fallida, dedos torcidos. Y no nos íbamos a perder la oportunidad de innovar en el repertorio de piruetas que mostrar en ocasiones especiales, como la de ese día.
Mi hermana y yo teníamos casi la misma edad, un año y un par de meses de diferencia, ella menor. Teníamos remeras iguales, pero de colores distintos, y los jeans elastizados iguales.
Ella fue primero, tomó envión, apoyó las manos en el piso, levantó las piernas y las apoyó contra la pared. Yo la seguí, hice lo mismo en el mismo lugar que ella, apoyando mis pies entre el espacio de pared que dejaban sus pies. Difícil describir la imagen final, pero se ven dos nenas “patas para arriba”, sonrientes de oreja a oreja, los pelos sueltos, los pies contra la pared.

Luego, aguantar varios segundos hasta que algún familiar capturara la imagen. Recuerdo cierta felicidad, siempre fue divertido hacer esas cosas, mejor aún con público.


Ana Laura Tomatti

San Marcos Sierra

Agustín, Samanta, Rocío, Victoria, Mirko, “San Juan”, Mathias, Gerard y yo. Esas somos las nueve personas que aparecemos en la fotografía, sin contar a nuestro gran amigo “El termo uruguayo” que eligió posicionarse en uno de los costados.
El verde del paisaje cordobés en el que posamos es una verdadera mentira; aunque parezca muy bello por las rocas y plantas que se ven atrás, es aún más alucinante. Allí los rayos del sol penetran por cada uno de los espacios que hay entre hoja y hoja, la vegetación tiene un color mucho más intenso y “hay verdes de todos los colores”

En cuanto a nosotros, cada uno está en su mundo: las chicas (todas vistiendo musculosa y algo bronceadas) tratábamos de esbozar alguna sonrisa, pero de todas formas se nota que nuestras expresiones no transmiten pura felicidad; ese día nos volvíamos a Buenos Aires.
Agustín está completamente relajado (y sin remera porque reinaba ese agradable calor de Febrero) fumando su tabaco armado y al mismo tiempo sabiendo que saldría en la foto.

Bien echado en el pasto (ya que no podemos hablar de acostado) podemos ver a Mathias: rastas por toda la cabeza y descalzo. Su pereza apenas lo dejó levantar la vista e intentar posar. Lo único que logró fue que se note bien que tenía puesto un pantalón de bambula blanco y negro.
Mirko es el pequeño del grupo, tiene cinco años, el pelo y la piel muy oscuros; tampoco luce remera porque seguramente antes de jugar con la clava que sostiene en la mano, habría estado nadando en el río; de esta manera se explica su cabello mojado.

A la derecha, curiosamente está Gerard (también muy morocho) sacándole una foto a la persona que sacó la foto, por lo que no se puede ver su rostro pero sí una cámara “ladrillo” negra, de las viejas. Atrás de su pie izquierdo asoma una olla recién lavada.
Por último “San Juan”: es un interrogante. Primero porque no recuerdo su nombre y además porque lo único que supe de él es que era titiritero y que por las noches hablaba de duendes y hadas. En la foto se refleja esta incertidumbre pues su cara no “dice” nada. Está atrás de todo, mirando el foco de la cámara, sin que podamos adivinar o al menos sugerir si se encontraba triste, enojado, contento, aburrido, dolorido o acelerado.

Para cerrar con esta descripción me gustaría decir que elegí esta foto, en primer lugar porque me trae muy buenos recuerdos y además porque me agrada la foto en sí, el hecho de que se visualice que estamos todos juntos en espacio, pero dispersos en mente .No transmite todo lo que en ese momento viví, pero sí me da una idea de lo que los otros estaban viviendo y de cómo nos veíamos todos juntos desde otro ángulo que no es el propio.

Mariela Sol Wahnschaffe

“Atemporal”


Si tuviera que elegir una palabra con la cual me sienta identificada, optaría por “paz”, y no porque mi vida sea pura tranquilidad ni viva a destiempo de las sociedades modernas (en donde “cuanto más rápido mejor”), sino que muchas veces me cuesta adaptarme a lo efímero, ¡y ni hablar de los horarios! Por eso elegí ésta foto, porque representa un momento de mi vida en el que el tiempo parece detenerse. Cada vez que la veo no puedo creer como desde arriba se aprecia todo mucho mejor, la naturaleza es increíble, pero un mirador es capaz de lograr efectos impensables, como por ejemplo la gama de colores de este lago en el Sur. A muchos de ustedes, tal vez no les produzca una sensación similar a la mía, pero poder contemplar la naturaleza es un situación que, personalmente, me hace pensar en las cosas que realmente son importantes…y en esta fotografía me veo en esa situación, contemplando un paisaje tan hermoso, que yo, en primer plano, paso desapercibida.

De mi vida puedo hablar mucho, pero para que me conozcan sin aburrirlos, les puedo decir que soy una adolescente irónica, fácil de tratar y que todavía no logró madurar del todo (y no creo que pase algún día, no por lo menos cercano), dicen que nunca hay que perder al niño interior…¿En mis ratos libres? Estudio inglés, practico handball y juego en comedia musical. Con respecto a las cuestiones laborales, le doy clases de inglés a un nene y trabajo en una clínica con mi papá (que por cierto, mis compañeros no se cansan de decirme que tendría que trabajar en un programa cómico o algo por el estilo).

Realmente no se si está bien la escasa descripción de la imagen que elegí, pero considero que lo importante es el mensaje y lo influyente que es algo así en mi vida.

No hay comentarios: