domingo, 18 de mayo de 2008

Consigna:
Lea los textos de sus compañeros en los que se crean nuevas especies.
Elija uno y luego escriba, a la manera de Historias de Cronopios y de Famas, tres o cuatro momentos en la vida de la especie elegida.


Extraña normalidad


Se ha estado observando detenidamente a los reyes del pueblo en pos de encontrar sus características principales. Se mantuvo un seguimiento arduo buscando ver cómo se comportan, cuáles son sus características principales y de qué se alimentan. Las observaciones dieron como respuesta que estos dos extraños seres tienen tanto hábitos normales de su especie, como otros un tanto especiales. He aquí los resultados:

No se ha podido verificar de qué forma pudieron llegar a reproducirse estos dos especímenes. La naturaleza es sabia y no permite que puedan cruzarse distintas especies por el mero hecho de ser de diferente origen, ya que sus desemejanzas no son sólo fisiológicas sino también genéticas. Pero de alguna manera, casi mitológica, lograron concebir dos crías: un macho y una hembra. La investigación poco pudo aclararnos cómo fue esto posible, pero debido a que son rey y reina se sacó la conclusión de que ellos tendrían, además de sangre azul (lo cual no fue comprobado), algún componente desconocido en sus genes que lograron tal increíble singularidad ya que, reiteramos, es una incógnita cómo han logrado sortear un camaleón macho y una mono hembra, un reptil y un mamífero los obstáculos de la madre naturaleza para unir sus dos gametas y crear nueva vida. Más allá de eso se sabe que las hembras mono son las que inician la actividad sexual seduciendo al macho y “coqueteando” con este. Una vez tenidas las crías la hembra es muy sobre protectora y cuidadosa con sus hijos. No solo los alimenta, sino también les da calor, trabajo, seguridad –privada- y autos de lujo. La madre es un modelo a imitar para las crías.

El camaleón, por su parte, es un reptil de sangre fría, de lento caminar y su característica principal es la de cambiar de color de acuerdo al entorno y estado de ánimo. Esto es criticado fuertemente por la opinión pública y los medios de comunicación; pero no hay que olvidarse que los actos de conveniencia son esenciales para un ejemplar de su envergadura. Con lo cual los cambios ocasionales de color son considerados un acto normal de su especie. Posee una lengua larga que le permite atrapar a sus presas con tan sólo unas pocas palabras y lo más significativo y lo que lo convierte en un espécimen realmente “atractivo” son sus ojos con independencia de movimientos, lo que le permite no darse por enterado de los desastrosos hechos que ocurren a diario en su reino. Hemos percibido que cuando ocurren los desastres, tiene la habilidad de mirar hacia otro lado con sus dos enormes y desorbitados ojos, orientándolos uno para cada lado.

Por su parte la mona comparte las características físicas de su especie, pesa entre unos 100 y 150 Kg. (el peso estimado corresponde al animal desnudo, no cuando se encuentra envuelta en sus pesados y coloridos vestidos de seda traídos del extranjero), tiene unas fuertes uñas esculpidas que le sirven para agarrarse y sostenerse de cualquier cosa, las plantas de los pies y las palmas de las manos están desnudas, sin pelo y como todos los primates posee una gran inteligencia. Esta inteligencia es la que le permite utilizar herramientas, las cuales introducen en los hormigueros o termiteros desalojando a los que se habitan allí dentro y devorándolos, o utilizándola para combatir enemigos o predadores.
Su temperamento, uno de los caracteres de su personalidad, es el causante de su aullido, que puede llegar a oírse hasta varios kilómetros a la redonda, ya que este animal utiliza la voz para marcar territorio.

En cuanto al hábitat, buscan los lugares donde tengan asegurada la comida. Suelen vivir en zonas frías de Sudamérica, más precisamente en la Patagonia Argentina, pero esto no impide que emigren hacia otros lados, regresando siempre al lugar de origen.

Los hábitos alimenticios de esta pareja de animales son realmente extraños, los votos son la base de alimentación, les aporta gran cantidad de energía y pueden sobrevivir sólo con ellos durante un prologado período. Precisamente por esto no tienen amplia variedad de gustos, buscan este tipo de alimento por todos los medios que poseen durante un largo tiempo, y cuando los encuentran utilizan todas sus habilidades para atraparlos. Ellos gozan con su exquisito sabor y la energía que les aporta les da un poder envidiable, del que usan y abusan.

Tatiana Lodosa


Recorrido Turístico

A los turistas se los conoce comúnmente como un conjunto de personas que viajan por placer, recreo o distracción. Nosotros no desautorizamos tal definición pero cabe señalar que es muy precaria teniendo en cuenta que estamos refiriéndonos a una especie que presenta ciertas complejidades. El turista es una especie no autóctona, es decir, introducida al hábitat donde se aloja de manera provisoria. Se desplazan de un lugar a otro con el objetivo de conocer, vacacionar, distraerse pero por sobre todas las cosas para tomar fotografías. La primera dificultad que se presenta al caracterizarlo es establecer las subespecies de turista. Existen varias categorías para clasificarlo pero nosotros nos limitaremos a describir las siguientes: dentro del orden “turista de playa” encontramos a los que se trasladan hacia las zonas de la costa marítima llevando sombrillas de colores, reposeras y, lo más importante, ojotas y traje de baño. Es común que realicen actividades como jugar a la paleta, al volley y, por lo general, el turista adulto practica el deporte del tejo.

El que pertenece al orden “turista de montaña”, en cambio, prefiere recorrer el ecosistema, caminar, buscar el contacto con la naturaleza. Generalmente se rehúsa a ser catalogado como “turista” o simplemente prefiere ser llamado “turista aventurero” aunque quizás la única aventura que haga sea subir una mini-colina con una senda señalizada con luces casi intermitentes y al llegar saque una gran cantidad de fotos para luego explicar con lujo de detalles su gran travesía. Finalmente, existe el “turista de ciudad” cuya particularidad principal quizás sea que es el más exquisito y preciso: busca sacar fotografías significativas o de lugares conocidos que salen en las revistas de viajes. Es pertinente aclarar que estas clasificaciones no son absolutas y existen matices: es común encontrar un turista que se desplace hacia un pueblo de montaña con una sombrilla, ojotas y pelota de playa; que otro turista deambule por la ciudad con un mochila de campamento y que otro pida una ensalada de palta en una especie de refugio donde lo más sofisticado que se puede comer es una pizza napolitana con poco tomate.

Sin dudas, uno de sus caracteres típicos e imprescindibles para el reconocimiento de la especie (que por lo general existe en todas las categorías anteriormente mencionadas) es la utilización de la cámara fotográfica como medio para retratar o llevar de recuerdo esos momentos vividos en un ecosistema novedoso. Ahora bien, es muy interesante destacar la diversidad de contenidos que se vislumbran en dichas fotografías: hermoso paisaje, turista con impactante paisaje, turista con cara de asombro o emoción ante un bello paisaje; turista con el cartel de bienvenida de la ciudad o pueblo que visita; turista encontrado “in fraganti” metiéndose en una costa llena de pingüinos para, justamente, sacarse una foto con ellos; turista con cara de extrañeza comiendo un plato exótico; turista sentado al pie del árbol de muchos, muchísimos años en el que descansó el mismísimo General Masvaliente de la Zona; turista sosteniendo orgulloso una mojarrita que pescó; turista haciendo reír al granadero; turista delante del edificio más viejo; turista con el Barnie o la estatua de la plaza.

La aclimatación del turista en su hábitat no natural es un tema importante. Por lo general, el entusiasmo del viaje produce en la mayoría de los integrantes de la especie una gran capacidad para adecuarse y acostumbrarse a las nuevas condiciones ambientales, principalmente del clima, es decir, se caracterizan por tener un organismo capaz de adaptarse a condiciones ambientales bastante amplias. A pesar de eso, se han registrado casos de apunamiento, chuchos de frío prolongados, odio al constante viento o un leve ahogo frente a condiciones de humedad y calor. Pero es común que el turista trate de distraer su atención en otras cosas para no perderse de nada de lo que tenía planificado visitar.

Podemos decir con certeza que el turista no genera calentamiento global, pero sí una contaminación de humores en la zona. Lo que queremos señalar con esto es que el impacto ambiental que producen en el ecosistema está relacionado principalmente con las especies autóctonas del lugar. Es necesario aclarar que por lo general dichos ecosistemas se sustentan económicamente gracias a la actividad del turista. Es por ello que a simple vista o al principio de la temporada se considere que hay una relación de mutualismo entre la especie autóctona y la especie introducida: el primero gana dinero mientras el segundo disfruta de sus vacaciones. Pero, con el pasar de las semanas, se los considera literalmente una plaga: están en todos lados, es difícil movilizarse, se reciben quejas tales como “nosotros tenemos que seguir con nuestra vida y ellos se creen que todos estamos de vacaciones”.

Es posible que el turista trate de mimetizarse con el ecosistema que visita, es decir, existe un desarrollo en él, una especie de mutación. Pero, en su afán de pasar desapercibido comprando cada artículo regional, el día quince parece una especie exótica caricaturizada. Y con esto último que se mencionó se vislumbra otra de las características muchas veces dejada de lado, pero no menos importante: el turista, al igual que el gusano, sufre una metamorfosis y al cabo de algunas semanas o días deja de ser turista para volver a lo que llamaremos la vida no vacacional. Pero, a diferencia de la mariposa, luego de un tiempo, puede volver a ser un turista de cualquier característica.

Nuestras investigaciones calculan que el turista nunca será una especie en extinción. Francamente, si alguna vez se convierte en una especie amenazada, vamos a luchar para que no se extinga porque queremos seguir recibiendo regalos provenientes de hábitats desconocidos, continuar escuchando anécdotas de flora y fauna diferente y nunca dejar de reunirnos con amigos cada vez que tristemente se deja de ser turista, se vuelve a la vida de especie autóctona y se comparte con los demás esas fotos de turista que no se pueden evitar.


Mercedes Cerrotta


Políticos sin corazón


Comenzar con nuestra tesis implica apartarnos del sentido común ordinario, al que calificamos como "poco fiable". Diferente al lenguaje que nos aportan las humildes y nefastas hojas de un diccionario, los políticos no deben ser concebidos como aquellos que ejercen actividades políticas. No son quienes tienen a su cargo el control de las instituciones ni su mantenimiento, como vulgarmente podría pensarse. Los políticos, según las observaciones realizadas, poseen características similares a las de los loros. Son acreedores de un hábitat especial; viven entorno a los árboles hacia las zonas tropicales y son buenos voladores: huyen, escapan, como si fueran ladrones. No están activos todo el día; tienen sus momentos los que podrían llamarse "de descanso". Al igual que la predominante actividad de los loros, los políticos no conocen el significado de las palabras, pero las repiten incesantemente. No comprenden; sólo escuchan, retienen y reproducen. No saben lo que dicen. Aunque a los loros se los considera inteligentes y portadores de un gran desarrollo cerebral, ésta podría ser una excepción que no se da, así, en los políticos.

Como ha sido mencionado anteriormente, los políticos son grandes voladores, así como por el suelo se los considera "muy torpes". Aquí es en donde encontramos la necesidad de distinguir dos clases de políticos: los libres o "vivos", y los enjaulados o "torpes". Los políticos denominados "libres" son aquellos que de vuelos saben muy bien, que escapan cuando se ven "apretados" por sus enemigos, que tienen la libertad a su favor, que poco repiten lo que oyen; los políticos "enjaulados", en cambio, son domesticados y destinados a la venta; viven tras las rejas como ignotos que caen en una lista de presos, aquellos a quienes se les ha cortado las alas, y que sobre la tierra "no tienen cerebro", quienes con más furor repiten lo que oyen como si dieran "un discurso en pedido de su libertad". Si bien es clara la distinción entre políticos libres y políticos enjaulados, cabe destacar que son parte "de una misma bolsa".

Una característica preponderante en los loros y que resulta importante analizar, se basa en el enfrentamiento constante con sus semejantes. Es común, que entre diferentes especies de loros surjan determinadas rivalidades. Así, es posible entender la situación de los políticos que, de la misma manera, se enfrentan con los suyos, aliados y enemigos a la vez; un enfrentamiento entre quienes repiten incansablemente (sin comprender) lo que oyen o perciben, como si fuera una pelea por ver "quien tiene la palabra". En cuanto a lo que hace al físico, a la naturaleza de los políticos, estos se caracterizan por tener como atributos bien marcados, una cabeza grande y un pico curvado (con el que picotean de donde pueden); un cuerpo frágil compuesto por alas que les pueden ser cortadas o no, lo que define la clase de político de la que se trata: político libre o enjaulado.
Hay una hipótesis o una variable en esta investigación, que nos acerca a la idea de que los políticos domesticados, aquellos presos y privados de sus alas (a diferencia de los políticos libres), requieren de determinadas atenciones mínimas, como ser comida, agua y tal vez cariño. Sin embargo, estamos lejos de aceptarla y acreditarla como una hipótesis eficaz.

Nuestras observaciones se detienen en el descubrimiento de algo insólito, quizás sin respuesta: la rareza de que los políticos no posean corazón. Viven sin la necesidad de contener en su interior ese órgano tan esencial; algo extraño, en fin, así son los políticos.

Jésica Rey Vázquez


La especie no comprendida


Desacreditados socialmente, nadie sabe apreciar el cuidadoso planeamiento previo que requiere su trabajo ni las habilidades que necesitan para realizarlo. Ellos no toman feriados, ni tienen fines de semana, ni mucho menos vacaciones. Todo lo contrario, en las épocas de mayor distensión y despreocupación de la gente, están más atentos y ansiosos por salir a ganarse el pan de cada día.

Como sanguijuelas que chupan la sangre, ellos extraen la linfa material del resto de la población. Hasta hay veces en las que azarosamente se alimentan a expensas de miembros de su misma especie. Cuando esto ocurre, es visto por el resto de la sociedad como un acto de justicia. Ellos, sin embargo, no se percatan de tal fenómeno.

No hay demasiadas características que permitan diferenciarlos de cualquier otro transeúnte ya que es de su conveniencia parecer uno más y pasar desapercibidos: aborrecen la fama. Sin embargo, a veces y sólo a algunos, les llega el momento en que este reconocimiento popular se vuelve inevitable y es cuando aparecen en los medios y la gente no para de señalarlos. Todos intentan memorizar sus caras para que, en caso de volver a verlos, puedan reconocerlos.

Sus lugares de trabajo son de lo más diversos e inesperados pero hay algunos que predominan y se los podría agrupar en dos grupos. El primero corresponde a los lugares abiertos, especialmente la calle, y a los colectivos, subtes y trenes. Los trabajos que realizan aquí requieren de gran eficacia: no cualquiera puede dedicarse a este trabajo y permanecer en el anonimato. No debería pensarse que por la rapidez del oficio su remuneración es baja. Por el contrario, la mayoría de las veces reciben codiciados rectángulos de cuero u otra tela llenos de papeles valuados y círculos plateados o dorados de diferentes tamaños. En los últimos años, con el avance de la tecnología, su sueldo se volvió más tecnológico: ahora les pagan también con celulares, mp3s, ipods y mp4s.

Quienes pertenecen al segundo grupo realizan un trabajo que requiere de un proceso similar al que conforma una investigación científica: se observa exhaustivamente un caso, se estudia en profundidad, se establecen relaciones, se fijan las variables y se sacan conclusiones precisas. Este sería el momento de la planificación abstracta necesario para pasar luego a la empiria: cuando el sujeto toma contacto directo con su objeto de estudio. Finalmente, entonces, se dirigen a su lugar de trabajo, los hogares, para realizar la práctica. En este grupo, el tiempo y el espacio son indistintos: el trabajo puede ocurrir en cualquier momento del día, en la época del año que se prefiera, en lugares residenciales o dedicados al turismo. Pero lo que sí requieren, como todo científico experto, es contar con silencio para poder concentrarse y lograr operar con mayor eficiencia. Por eso, prefieren que su objeto se encuentre solo y no esté la familia alrededor distrayéndolo ni tampoco que haya gente que actúe de testigo y lo interrumpa antes de finalizar su trabajo, el cual que quedaría irrealizado. Algo injusto si se piensa en el tiempo invertido en su preparación.

Con respecto a la modalidad de trabajo, ésta puede ser individual o grupal. Generalmente, los del primer grupo actúan en soledad. Los del segundo, necesitan uno o más compañeros que distraigan a todo aquel que busque entrometerse en su camino.

Pero llega un momento en el cual algunos no pueden escaparse del reconocimiento y muy a su pesar son descubiertos, brutalmente sacados del anonimato. En ese preciso instante son separados del resto y empiezan a recibir tratos especiales. Comienzan por darles un nuevo lugar donde vivir y donde se produce el encuentro con otros miembros de su especie que pueden o no haberlos conocido antes. Por lo general, son residencias muy grandes con numerosos cuartos uno al lado del otro que comparten con sus compañeros. No pueden salir de ellos excepto bajo alguna orden o acompañados por algún superior. Además, cuentan con un espacioso comedor con servicio de restaurante.

En contraposición a una muy común pero errónea suposición, ellos esperan ansiosamente volver a su viejo lugar de trabajo, a pesar de los tantos lujos recién descriptos. Algunos logran volver a las calles y comienzan nuevamente a planear el trabajo digno de cada día. A veces ocurre que la estadía se vuelve más corta de lo pensado y por cuestiones de conducta los echan. Otros, en cambio, mueren allí aunque, generalmente, los que pasan la mayor parte de su tiempo vital en este lugar han cometido actos mucho más heroicos y por eso son dignos de mayor reconocimiento, razón por la cual los que los reclutaron no quieren perderse de semejantes figuras y prefieren quedárselos con ellos.

Florencia Inés Mondedoro


Supervivencia del más inepto


En nombre de la Academia Científica de Flora y Fauna de la Nación Argentina (ACFFNA) queremos informarles de una nueva investigación que creemos será de interés y repercusión mundial. Se trata de una nueva especie encontrada que, curiosamente convive con los humanos anatómicamente modernos (Homo Sapiens Sapiens). Luego de arduos trabajos de campo hemos logrado articular las numerosas observaciones (empíricas) para llegar a la siguiente conclusión:

El conjunto en cuestión pertenece al género Homo, que a su vez conforma la especie Homo Transportus.
Su anatomía es prácticamente análoga a la del ser humano: presenta extremidades similares, cráneo redondeado, escaso desarrollo piloso; lo diferencia una gran protección grasa que se extiende desde el diafragma hasta la zona pélvica.
Alcanzan la bipedestación, sin embargo raras veces se los ha visto en esta posición. Suelen encontrarse siempre en una región específica de su territorio que les permite la locomoción sedentarizada (y “sentarizada”).

En cuanto a esta última función, basta con realizar un análisis vulgar para confirmar que, con pocas excepciones, siguen el mismo recorrido deteniéndose reiteradas veces. Para ello desplazan sus extremos tarso-metatarsianos presionando profundamente un cuadrilátero metálico, adquiriendo gran velocidad y aumentándola ante la presencia de circunferencias coloradas. Solo anulan el movimiento (en caso de ser oído un sonido ensordecedor aproximadamente diez veces) con el fin de desechar aquellas presas incompatibles con su apetito y consecuentemente escogiendo nuevos especímenes. Su dieta es variada: distintas clases de primates con trastornos en la conducta, causados por estrés entre otras variantes.
No podemos dar cuenta de su mecanismo de descendencia, aunque nuestra hipótesis predictiva establece que su reproducción es constante, como lo demuestra la interminable cantidad de ejemplares coexistiendo en los centros urbanos.

Debido a que su encefalización no se ha desarrollado de igual modo en ambos hemisferios cerebrales, sufren de una patología crónica en el control motor del lenguaje. En consecuencia, solo son capaces de pronunciar frases cortas, repetitivas, muchas veces sin significado y de vocalización atropellada (balbuceo).
Lo sorprendente e inquietante con respecto a los Homo Transportus es que se ha encontrado evidencia histórica, datada de hace dos décadas atrás, que demuestra un grado de cultura en estos mamíferos; por medios independientes han logrado la escritura: “Cuando llueve, a la vereda me aproximo servicial, salpicando con la rueda al que espera ¡soy genial! Si el asfalto esta mojado paro lejos del cordón, nunca falta el apurado que se ligue el tropezón… Semos los colectiveros que cumplimos nuestro deber…”.

Concluyendo, queda abierto este ensayo a nuevas investigaciones que no refuten lo antedicho.
Sin ir más lejos, todos tenemos aspectos nefastos.

[*] El texto entre comillas pertenece a una canción de Les Luthiers titulada “Candonga de los colectiveros”.

Ana Laura Tomatti


domingo, 11 de mayo de 2008

Portaretratos (V)

Juan Muchnik


Mi casco azul


Adoro abrir cajones llenos de fotos y mirar una por una. Por esta razón, la consigna me resulto complicadísima. Tengo una gran cantidad de fotografías preferidas que guardo con el mayor cuidado pero realmente no puedo concebir la idea de encontrar una sola que sea la que mas me identifique y tampoco puedo pensar en la idea de que un solo momento, o una sola faceta sea la que me defina completamente.

Como uno de los pilares más importantes de mi vida (seguramente el más) rescato a mi familia. Por lo que en una primera instancia había elegido una foto en la que estoy con mis hermanos y mi padre. Significa mucho para mí porque fueron pocas las oportunidades en que estuvimos los cinco juntos para una foto. Nuestros destinos, han tomado caminos diferentes, o mejor dicho, lugares diferentes. La descarte porque mi mama no aparece y no iba a poder dormir con la conciencia tranquila dejando a la vieja afuera.
Después me decidí por una en la que estoy todo disfrazado, por la simple razón de que me reía cada vez que la miraba, hasta que me di cuenta que para el que no me conocía personalmente iba a ser una tarea difícil reconocerme de chico con la cara medio tapada con una nariz de payaso y un sombrero gigante.

Finalmente elegí una de Abril del 91. No reconozco el departamento pero al ver la fecha en el dorso de la imagen me emociono y supongo que mis padres todavía no habían formalizado esa separación que como hijo me costo tanto superar, ahí logro entender el porqué de esa expresión tan alegre en mi cara. Los chicos son inocentes, pero perciben todo.
En esta foto veo reflejados muchos aspectos positivos que rescato de mi personalidad. El buen humor, la creatividad, la simpatía, las ganas de jugar, de interactuar con el otro, el ser positivo, el encanto, la mirada sincera, el compañerismo, la transparencia, la diversión, etc. Cada concepto con su debida justificación.

Quizás demasiadas palabras para una simple foto de mi infancia con un casco azul que no se ni donde está.



-Maria de Belén Souhamí.

Recuerdos de nostalgia


Elegí esta foto porque representa una importante parte de mi vida: mi viaje de egresados. Me fui a San Martín de los Andes. Con todas mis compañeras, no era el viaje que soñábamos en un principio, pero lo terminamos disfrutando mucho como lo podrán notar.

Gracias a la foto puedo recibir tantas risas, recuerdos y episodios vividos juntas. Uno de los más divertidos fue cuando hicimos la cabalgata. En esta foto estamos muchas montadas a caballos muy cansado por el gran recorrido que les obligamos a hacer. Ésta se sitúa en uno de los más grandes lagos de la zona, y permitió que los pobres animales tomaran agua y recuperaran su ánimo para seguir disfrutando esta tan divertida actividad que nos tocó vivir. Creo que esta imagen es la adecuada, ya que así como los caballos pudieron tomar un descanso del gran camino trazado, yo pude hacer lo mismo y mirar todo lo bueno vivido hasta el momento y lo que me faltaría todavía experimentar en el resto de los días.

Nunca olvidaré ese día en el que todas nos sentimos un poquito más amigas.


Eugenia Marcote Sueiro

Eugenia, una joven de tan sólo 22 primaveras, de ojos tiernos, soñadores que transitan entre la mirada ingenua al estilo de Sarah Kay, quien ve al mundo con una simpleza excepcional, carente de toda posibilidad de maldad en cualquiera de sus formas. A la vez se inmiscuye en ellos una Susanita -amiga de Mafalda, por si a alguien el mero nombre no le basta para evocarla- con su concepción de familia muy desarrollada. También coexiste en esos ojos una mirada más profunda, como quien busca ver más allá de lo que miran. De una dulce sonrisa, una simpatía heredada como bien irrenunciable de familia y un carisma que más que una cualidad es un don que ella recién comienza a descubrir.
Desde marzo comenzó a escribir una hoja nueva en el libro de su vida. Aquella sobre la concreción de un sin fin de sueños, ansias y expectativas a futuro, que bien se pueden resumir en ser una de las licenciadas en comunicación social del mañana.

Yo, que la conozco bien, puedo decir que esta pequeña adulta deja huella donde camina y que ese sueño que les conté que tiene lo va a concretar sin ninguna duda.


Miguel Ángel Santoro

Las palabras del silencio


Debo confesarme. A partir de este trabajo sé que cambiará mí mirada, mí juicio y mí entendimiento respecto a mirar una foto. Ahora comprendí que no sólo son valiosas por lo que cuentan, sino, más aún, por lo que callan.
Tierra y rocas pequeñas en el suelo; un lago celeste, verdoso, azul y no recuerdo qué otro color según el ángulo de reflejo de luz solar; montañas a lo lejos, cargadas del elemento que da vida por excelencia: agua hecha nieve; algunas nubes, que resaltan la grandeza del Cerro Catedral. En medio del paraíso, con campera, pantalón y botas térmicas, quien les escribe. A la derecha, con cámara en mano y el mismo traje, un compañero despistado.
Sí, una foto de mí viaje a Bariloche. Aquí la foto cuenta.
Cuántas emociones y sentimientos intercalados a cada instante he experimentado en aquel lugar. Es más que obvio que tan sólo yo sé tal cosa, y aunque me esforcé en plasmar ese sentir en mí cuerpo, para luego en la foto, ésta devuelve tan sólo una sonrisa generosa en mí cara, una mano alzada al cielo cómo insinuando ser triunfador de algo, pero que, en verdad, es una imitación a mí ídolo Freddie Mercury. Aquí la foto calla.

En este punto me detengo para remarcar mi idea. ¿Es manifestado por el receptor el lado B de dicha fotografía? No lo creo posible. Inmediatamente se me viene una idea a la cabeza ¿Para qué fotografiarse si lo que realmente importa no se plasma en ella? Una primera respuesta sería que podría uno fotografiarse con objetos materiales, personas, lugares y otras cosas que sí son relevantes para uno, pero, replico, ¿Qué queda para el sentir y para las memorias?
Soy de los que hablan mucho y creen en el diálogo, pero reconozco la importancia de saber callar. Es que, a veces, y al igual que en una foto, un silencio dice más que mil palabras.


María Eugenia Simhan

Una imagen, mil palabras


Un verano que llega a su fin y doce caras amigas que muestran entre sonrisas la alegría de una vivencia inolvidable. En la puerta de la casa alquilada, hogar que fue nuestro por quince días, entre valijas y ya sin bikinis, nos despedimos de estas vacaciones que fueron tan prometedoras como cumplidoras: la experiencia de convivir entre mejores amigas día y noche sin parar fue más que positiva.
Todo salió muy bien, y de seguro mil imágenes como la de la foto que escogí quedarán en las retinas de cada una de nosotras doce.


Laura Soledad Soto

Generaciones


Muchas cualidades se pueden ver en una foto en la que uno se encuentra retratado, y estas cualidades forman parte de nuestra identidad.
Las cuatro sonreímos, incluida yo; la sonrisa es una característica que nos identifica. Una rubia, otra pelirroja, otra morocha, otra castaña, diferentes, pero con el mismo corazón necio y luchador. En forma de fila se observa generación tras generación.
El paisaje se define en un verde penetrante y trepador.
Yo, la anteúltima de la cadena, llevo en mis brazos una vida que apenas acaba de nacer y a la cual le queda mucho camino por recorrer.
Allí se puede ver mi alma aniñada, tanto como el alma de quien acuno con mis manos, tanto como el alma de quien llevo cargando del brazo. Alma ingenua, soñadora, todas aquellas con un proyecto, con una meta por alcanzar, que ni siquiera el tiempo puede detener ya que vive en nuestras mentes.
Luz emprendedora, ese es el destello que se aparece a mí alrededor. Destello que dejará una huella en el mundo de hoy, que dejó una huella en el mundo de ayer, y que dejará una huella en el mundo del mañana.


Brenda Sznycer

Acróbatas


Seguro era el cumpleaños de alguna, no sacábamos fotos todos los días. Ya éramos expertas en acrobacias desde hacía años, no sin sufrir las consecuencias de una medialuna fallida, dedos torcidos. Y no nos íbamos a perder la oportunidad de innovar en el repertorio de piruetas que mostrar en ocasiones especiales, como la de ese día.
Mi hermana y yo teníamos casi la misma edad, un año y un par de meses de diferencia, ella menor. Teníamos remeras iguales, pero de colores distintos, y los jeans elastizados iguales.
Ella fue primero, tomó envión, apoyó las manos en el piso, levantó las piernas y las apoyó contra la pared. Yo la seguí, hice lo mismo en el mismo lugar que ella, apoyando mis pies entre el espacio de pared que dejaban sus pies. Difícil describir la imagen final, pero se ven dos nenas “patas para arriba”, sonrientes de oreja a oreja, los pelos sueltos, los pies contra la pared.

Luego, aguantar varios segundos hasta que algún familiar capturara la imagen. Recuerdo cierta felicidad, siempre fue divertido hacer esas cosas, mejor aún con público.


Ana Laura Tomatti

San Marcos Sierra

Agustín, Samanta, Rocío, Victoria, Mirko, “San Juan”, Mathias, Gerard y yo. Esas somos las nueve personas que aparecemos en la fotografía, sin contar a nuestro gran amigo “El termo uruguayo” que eligió posicionarse en uno de los costados.
El verde del paisaje cordobés en el que posamos es una verdadera mentira; aunque parezca muy bello por las rocas y plantas que se ven atrás, es aún más alucinante. Allí los rayos del sol penetran por cada uno de los espacios que hay entre hoja y hoja, la vegetación tiene un color mucho más intenso y “hay verdes de todos los colores”

En cuanto a nosotros, cada uno está en su mundo: las chicas (todas vistiendo musculosa y algo bronceadas) tratábamos de esbozar alguna sonrisa, pero de todas formas se nota que nuestras expresiones no transmiten pura felicidad; ese día nos volvíamos a Buenos Aires.
Agustín está completamente relajado (y sin remera porque reinaba ese agradable calor de Febrero) fumando su tabaco armado y al mismo tiempo sabiendo que saldría en la foto.

Bien echado en el pasto (ya que no podemos hablar de acostado) podemos ver a Mathias: rastas por toda la cabeza y descalzo. Su pereza apenas lo dejó levantar la vista e intentar posar. Lo único que logró fue que se note bien que tenía puesto un pantalón de bambula blanco y negro.
Mirko es el pequeño del grupo, tiene cinco años, el pelo y la piel muy oscuros; tampoco luce remera porque seguramente antes de jugar con la clava que sostiene en la mano, habría estado nadando en el río; de esta manera se explica su cabello mojado.

A la derecha, curiosamente está Gerard (también muy morocho) sacándole una foto a la persona que sacó la foto, por lo que no se puede ver su rostro pero sí una cámara “ladrillo” negra, de las viejas. Atrás de su pie izquierdo asoma una olla recién lavada.
Por último “San Juan”: es un interrogante. Primero porque no recuerdo su nombre y además porque lo único que supe de él es que era titiritero y que por las noches hablaba de duendes y hadas. En la foto se refleja esta incertidumbre pues su cara no “dice” nada. Está atrás de todo, mirando el foco de la cámara, sin que podamos adivinar o al menos sugerir si se encontraba triste, enojado, contento, aburrido, dolorido o acelerado.

Para cerrar con esta descripción me gustaría decir que elegí esta foto, en primer lugar porque me trae muy buenos recuerdos y además porque me agrada la foto en sí, el hecho de que se visualice que estamos todos juntos en espacio, pero dispersos en mente .No transmite todo lo que en ese momento viví, pero sí me da una idea de lo que los otros estaban viviendo y de cómo nos veíamos todos juntos desde otro ángulo que no es el propio.

Mariela Sol Wahnschaffe

“Atemporal”


Si tuviera que elegir una palabra con la cual me sienta identificada, optaría por “paz”, y no porque mi vida sea pura tranquilidad ni viva a destiempo de las sociedades modernas (en donde “cuanto más rápido mejor”), sino que muchas veces me cuesta adaptarme a lo efímero, ¡y ni hablar de los horarios! Por eso elegí ésta foto, porque representa un momento de mi vida en el que el tiempo parece detenerse. Cada vez que la veo no puedo creer como desde arriba se aprecia todo mucho mejor, la naturaleza es increíble, pero un mirador es capaz de lograr efectos impensables, como por ejemplo la gama de colores de este lago en el Sur. A muchos de ustedes, tal vez no les produzca una sensación similar a la mía, pero poder contemplar la naturaleza es un situación que, personalmente, me hace pensar en las cosas que realmente son importantes…y en esta fotografía me veo en esa situación, contemplando un paisaje tan hermoso, que yo, en primer plano, paso desapercibida.

De mi vida puedo hablar mucho, pero para que me conozcan sin aburrirlos, les puedo decir que soy una adolescente irónica, fácil de tratar y que todavía no logró madurar del todo (y no creo que pase algún día, no por lo menos cercano), dicen que nunca hay que perder al niño interior…¿En mis ratos libres? Estudio inglés, practico handball y juego en comedia musical. Con respecto a las cuestiones laborales, le doy clases de inglés a un nene y trabajo en una clínica con mi papá (que por cierto, mis compañeros no se cansan de decirme que tendría que trabajar en un programa cómico o algo por el estilo).

Realmente no se si está bien la escasa descripción de la imagen que elegí, pero considero que lo importante es el mensaje y lo influyente que es algo así en mi vida.

miércoles, 7 de mayo de 2008

Portaretratos (IV)

Agustina Saez

Celeste sin una pizca de blanco, transparencias que a lo lejos forman azul oscuro, verdes de todos los colores y un gris que intenta ser negro.

Combinación poco común, dirán, pero a la vista uno de los lugares que a mi parecer es de los más hermosos. Mi mirada no se cansa en ningún momento de ver estos paisajes, de admirarlos. Mis pies se entierran en un suelo que parece arena, ¿quién pensaría que se trata de cenizas de un volcán que alguna vez estuvo en erupción? Caminando por ahí se confirma.

Pies, manos, todo lo que tenga contacto con el suelo se ensucia. La soledad en un lugar así no merece ser vista como una mala compañera, sino como la forma más maravillosa de pasar el tiempo frente a un paisaje que no se cansa de mostrarnos su belleza. Hay viento, si, pero el sol acaricia con tanta suavidad que me hace pensar que un día ahí es poco tiempo.

Más allá, opuesto a la imagen, el volcán protagonista, culpable de la ceniza, de la suciedad en mis pies, y de un bosque bonsái todavía virgen.

¿Qué más se puede pedir estando ahí? Solamente que el paisaje siga sin cesar con las ganas de mostrarse, y que mis ojos nunca se cansen de admirar un cielo celeste, un lago azul transparente, cerros verdes que intentan ser el marco, y una ceniza que quiere ser arena, sin darse cuenta de que es única tal como es.


Fernando Pantuso.

Acá me encuentro rodeado de mis mejores amigos en el lugar donde los conocí (Villa Gesell) y donde cada verano comparto más de un mes viéndolos todos los días. Precisamente la imagen es de el último verano, mes de enero. Estamos sentados en el bar del balneario quien sabe haciendo que, seguramente debatiendo sobre algo, pensando que hacer, jugando algún truco o comentando eventualidades de la salida nocturna del día anterior.
Debió ser un día soleado y de playa quiero creer, porque la mayoría están con lentes de sol, y aparte porque claramente se nota el reflejo en mi cara achinándome los ojos.

Después de meditar me quedé con esta foto para describirme, porque pienso que el momento en donde uno define su personalidad es en el transcurso de la adolescencia, a través del entorno que a uno lo rodea. Por eso elijo mostrarme con mis amistades que soportaron y soportan muchas veces mi mal humor o mi terquedad pero a las que sé que hago reír con chistes, ironías, ocurrencias graciosas y payasadas o pensar y discutir con mis puntos de vista y mis reflexiones.
Son con los que comparto las cosas que me gustan hacer, ya sea ir a la cancha a ver a Boca con alguno de ellos, juntarme a jugar al fútbol, tomar unos mates o también salir los fines de semana por las noches.
Desde chiquitos pasamos eneros y febreros jugando a todas horas juntos. Yendo y viniendo por todos lados. Ahora de grandes ya no hace falta esperar un año para vernos. A pesar de las distancias, siempre estamos cuando nos necesitamos, para bancarnos, reírnos, contenernos y divertirnos.

Jésica Rey Vázquez

"Una sonrisa vale más que mil palabras", así comienza la descripción de mi fotografía. Hoy, en este preciso momento, y sin echar ojo a ningún pasado, puedo decir que me encuentro feliz. Transito un momento de mi vida, en el que me siento plena y libre de hacer lo que siempre quise, algo tan fácil y tan difícil al mismo tiempo: sonreir. Comenzaría diciéndoles, que desde que tengo diez años de edad, pasé por cuantos dentistas se les ocurra. Sí, no me refería a una falta de "sonrisas" por un problema de índole sentimental, sino por una cuestión vinculada al ámbito odontológico. Esto puede tornarse gracioso, pero no es mi objetivo que así lo sea. Sólo quiero contarles lo importante que fue para mí, reír por primera vez y lograr la felicidad que hoy siento y me identifica.

Pícara y alegre, me llaman Jésica, pero nunca me gustó ese nombre. Quienes me conocen, pueden decir que jamás soy de enojarme, todo lo contrario: aporto buen humor y alegría a los grupos de gente en los que me manejo. No soporto las discusiones, siempre trato de evitarlas. No discrimino ni juzgo a nadie, no es mi estilo. Pero sí hay gente que se dedica a reírse de los demás, y eso no me gusta, porque lo hicieron conmigo. Haber utilizado durante cinco años aparatos fijos para la corrección de mi dentadura, produjo un gran cambio en mi vida (les aseguro que para bien) y transformó mi forma de pensar. Sufrí muchas burlas, demasiadas, pero me hicieron crecer, hacerme aún más fuerte. Fuí tan ingenua al tener la ilusión de estar rodeada sólo de buenas personas: ellas me defraudaron. Durante mucho tiempo estuve sumergida en un mundo de ficción, del que ahora me arrepiento no haber escapado antes. Pero no me gusta juzgar a los demás, como ya lo dije no es mi estilo.

En el presente en el que vivo, tengo personas maravillosas con quienes compartir mis días, seguir aprendiendo, creciendo, y ser feliz sin nada a cambio. Me gusta este presente y no lo cambio por nada. Si tuviera que describirme hace unos años atrás, creo que comenzaría a tomarme bronca. No puedo entender como pude ser tan...¡No tengo adjetivo para explicarles!. De tan buena que era pasaba a ser tonta, odio mi pasado. Desde ya que soy conciente de las muchas veces que fui utilizada por mis amigos (al menos eso parecían ser), y que hoy ya no lo son. Se dedicaban a burlarse de la gente, y yo, como siempre, era uno de sus focos de burla (siendo la única persona que iba todas las semanas al dentista). Pero estas experiencias sirven, y mucho, yo diría, tal vez, demasiado.

Hoy abandono el incansable hábito de ir al dentista. Hoy hago frente a las situaciones, diversas sean. Hoy me identifica mi fuerza de voluntad y mis ganas de superarme día a día. Hoy forjo mi propio camino y no dudo en desconfiar del otro, con el que alguna vez fui totalmente ingenua. Hoy puedo sonreír sin prejuicios y también, reirme de aquellos que lo hicieron conmigo. "La sonrisa que proyecta mi fotografía es la que alguna vez quiso y no pudo ser".

En esta descripción, no fue mi intención revisar el pasado, solo que a veces, el viento, trae inevitables cenizas de su recuerdo.


Natalia Rodríguez Cano

“Describir una foto”, parece sencillo. Primero hay que encontrarla. Comienza la búsqueda, los recuerdos olvidados. Se retrocede en el tiempo y todo se hace más confuso, y de pronto estoy mirando a alguien a quien había olvidado.

Tengo una sonrisa en la cara, un poco armada para la foto. Tengo mis manitos cerradas y estoy un poco tensa.
Apenas tengo seis años y es mi primer día de clases.
Más allá de la picardía en la cara y la desinhibición que me caracterizaba en esa época tengo un poco de miedo.
No recuerdo que pensaba ese día, sin embargo, lo que me produce la foto es mucha ternura y ganas de mimarme.
Cada detalle esconde una anécdota, desde mi flequillo, mi pelo corto , hasta mi pose para la cámara.
El ambiente no encaja conmigo. Es oscuro y sin color, monótono y aburrido. Aunque yo esté con el uniforme típico de escuela privada, se puede ver (o puedo reconocer) que soy especial, que soy diferente.
Dulce chiquita que necesita mucha ternura y paciencia, con tendencia a querer a las personas que la rodean. Honesta y auténtica.
Hermosas cualidades las de la niñez, que irradian inocencia y nos permiten llorar añorando lo perdido para volver a soñar.


Nahir Rodríguez

El brillo en nuestros ojos

Blanco y negro, falta de colores, o exceso de matices. Puede que para algunos la falta de colores le quite algo de su esencia a la imagen, pero aquí nos abre un camino.

No hay fondo detrás de nuestro, solo un negro liso y parejo de donde suavemente emergen nuestros rostros.

Comienzo a meterme en la imagen siguiendo los claros que se descubren y veo tu gorra blanca y mi pelo ondulado que se desparrama sobre aquel fondo negro. Bajo siguiendo uno de esos rulos y veo ese brillo con forma de estrella, es mi aro, ese que me acababas de regalar.

Me alejo de la foto pensando en aquel momento y encuentro otro plano oscuro y amplio en el que solo se ve el escudo de River sobre tu pecho y mi remera entonces blanca con rosa que hoy es blanca con gris claro. Noto que el blanco no abunda y vuelvo a los detalles, me emociono, descubro tu sonrisa picaresca que junto con la mía ,en complicidad, ocultan más de lo que hoy me revelan.

Tomo distancia una vez más y esta vez me atrae nuevamente a la foto el brillante del aro en mi nariz. Una conversación se deja descubrir entre el brillo de tus ojos y los míos. Brillo blanco, tan blanco como nada en esta foto, ni mis aros ni el escudo de River, se ven tan blancos y puros como el del brillo en nuestros ojos, que se miran silenciosos intercambiando su cariño.

A pesar de que esta foto fue sacada sin motivo aparente, hoy descubro la complicidad en nuestras miradas y aunque fue tomada por nosotros, es como si la cámara nunca hubiera estado.

Nuestros ojos intercambiando sus chispas me hacen pensar en el significado del amor y una vez más, entre pensamiento y pensamiento, me salgo de la imagen, pero vuelvo y ahí están en primer plano nuestros rostros con los ojos brillosos y esas bellas sonrisas, cómplices de lo romántico de un verano juntos lejos de la ciudad. Al mirar y estar dentro de la imagen siento que el tiempo nunca se detuvo y vuelvo aquel momento. Ahora comprendo porque el amor se reconoce por el brillo en nuestros ojos.


Aldana Soledad Saavedra

La Plaza de la Revolución

Siempre pensé que no era fácil describirse a uno mismo. Quizá siento que es un tanto egocéntrico, aunque también podría resaltar mis defectos. La cuestión es que describir una imagen es un poco más sencillo y más si se trata de algo que me represente (no sé si basta con esto, pero es gran parte de lo que soy).

La foto que elegí podría decirse que representa de uno de esos momentos únicos e inigualables que uno tiene en su vida, y es con la que puedo dar una introducción a mi persona. Y si tengo que dar una breve reseña de lo que soy, podría decir que a pesar de mi corta (o no tanto) vida tengo muchos ideales adentro de mi cabeza, muchos sueños, aunque reconozco que muchos de ellos son un tanto utópicos (pero como soñar por ahora es gratis…). También soy impulsiva, un poco histérica, y muy compañera con los que me acompañan.

Suelo estar en paz simplemente escuchando algunas poesías de Silvio, del Flaco o de Joan Manuel, suelo escaparme del ruido y la rutina leyendo un libro, o pasando un buen rato junto a mi ahijado y junto a Marcos, mi compañero de aventuras. O haciendo algún viaje, como el que hice este verano con él.
De ese viaje nació la foto que relato, en ella encontré la síntesis de la visita a un país que me cambió la vida, la forma de pensar, o diría que más que cambiarla, la fortaleció. Descubrí una realidad que superó mis expectativas, una realidad con la que más de uno se llevaría una gran sorpresa.

Y si elegí justamente esta, y no otra de las cientos de fotos que traje de allí, es simplemente por que siempre imaginé pisar esa plaza, la Plaza de la Revolución, que alguna vez (y muchas veces más) fue colmada por un grito de libertad, valentía e ideales. Es por que cada vez que recuerdo ese viaje esta presente el momento en el que me acercaba a esa impresionante representación de hierro contorneando la cara del Comandante Ernesto Guevara, la que cuando el sol se escondía y la sombra cubría la cuidad, parecía que cobraría vida. Esa imagen que está en un edificio al que, en esta foto, yo le doy la espalda, mostrándome cerca de él.
Congelé esa imagen para siempre, pensando que pisé esa plaza donde él no estaba homenajeado en un edifico, sino junto a la gente más maravillosa del mundo, dando un grito de revolución, de cambio. Nada más y nada menos.

Portaretratos (III)

Pablo Bueno

La música no salió en la foto, pero la que sonaba en el momento inmortalizado era hermosa. Poco sé de las personas que estaban conmigo en ese atardecer costeño, pero yo era feliz. Una capucha hacía un intento inútil por cubrirme de la lluvia, la multitud hacía difícil posar elegantemente y la música seguía sonando. Yo seguía feliz.

Finalmente logramos acomodarnos y lo que pasaba atrás ya no importó, solo queríamos guardar ese momento. Momento de amigos. No nos conocíamos unos a otros, pero recordábamos a los que sí conocíamos y anhelábamos que estuvieran allí. La música los trajo, ellos también estaban. La foto al fin salió.
Nuestra vida no es la más linda, la foto tampoco. Pero yo la miro y soy feliz.


Magali López Manetto

Magali


Esta foto contiene mucho más de lo que se ve a simples vista. Ya que considero que no existe la foto que describa íntegramente a una persona, elegí esta que puede representar mi yo más actual. En la imagen me veo junto a tres de mis amigas; viéndola de izquierda a derecha (en cuanto a las ubicaciones) primero estoy yo luego Lucia, Daniela y Carla, en la playa, más específicamente en Gesell.

Hacia frío, esto se ve porque estábamos todas con abrigos, mis tres amigas tienen anteojos de sol o anteojos de facha y todas tenemos bincha en el pelo por el viento. En un primer plano, nos encontramos sentadas en la arena de espaldas a la cámara, se ven nuestros perfiles y nuestro torso. De fondo se ve una persona del sexo masculino, él cual desconozco, y detrás de éste un mar calmo con un cielo gris de numerosas nubes. La foto muestra una escena en la cual hay un grupo de amigas conversando y disfrutando de las últimas horas de la playa. Siento que particularmente esta foto me describe porque gran parte de mi tiempo son esos momentos, y esta es una de las cosas que me causan felicidad. Es el paisaje que me gusta, es de esos lugares en donde mi mente vuela más, junto a las personas que elijo, con las que me reflejo y comparto la gran mayoría de las cosas.


Monserrat Melina Maquieira

Un día feliz


Es muy difícil elegir una foto en particular, por que tengo muchísimas y cada una de ellas es especial para mí, por que me hacen recordar momentos de alegría. Después de tanto buscar decidí describir la siguiente: Es el día de mi cumpleaños y estamos once de mis amigos (por que tengo varios más que llegaron después de sacada la foto) y yo alrededor de la mesa del salón de mi casa. Yo estoy arrodillada en frente de la mesa, mirando para la cámara por supuesto y todos mis amigos aparecen atrás mío pero a mayor altura. Estamos todos sonriendo y algunos tienen una copa en la mano. Sobre la mesa hay varias bebidas, y como no podía ser de otra manera, todos los vasos están llenos. Atrás se ve el equipo de música y ya que las fotos no reproducen sonido, les cuento que la música en cuestión estaba bastante fuerte.

Elegí esta foto por que para mi los amigos son una de las cosas más maravillosas que uno pueda tener y creo que pueden faltar muchas cosas en la vida, pero ellos jamás. Me gusta también por que al aparecer yo por debajo de ellos siento que representan mis sentimientos de la amistad por sobre todas las cosas inclusive mi propia persona. Una vez tomada la foto alzamos todos nuestras copas y a brindar, ¡por una buena noche!


Carola Mc Garrell

El dos de septiembre del año pasado a la “mamama”, así le decimos todos a mi abuela, cumplía ochenta y ocho años, y por un problema del corazón estaba internada en una clínica. Los nietos le preparamos una sorpresa para su cumpleaños.

Juntamos fotos de ella con cada uno de nosotros y también grupales para pegarlas en una cartulina que luego le regalamos.

Nos aparecimos en la habitación del sanatorio con globos, coloridos bonetes y alguna matraca que hizo que la enfermera nos llamara la atención. Mi prima mayor cocinó una torta decorada con letras rosas formando su nombre y una bengala.

Entre la alegría, risas y el pedido constante de silencio, no nos olvidemos que estábamos en el sanatorio, mi tía sacó la foto que tanto nos hace recordar ese momento, máxime que nuestra abuela superó esa difícil situación.


Daniela Mercau

Fotografía de una anécdota

Mi abuela observaba desde lejos como, perdida debajo de un manzano entre plantitas de frutillas, me encontraba abstraída en un quehacer sumamente importante, y ella curiosa me preguntó: “¿Qué estás haciendo Daniela?; yo desde mi lugar entre las plantas con una mirada que tenía dejos de madurez, muy resueltamente le contesté: “Estoy juntando putillas”.

La fotografía fue tomada en la casa donde viví la primera parte de mi infancia, en un verano que mis abuelos viajaron de Buenos Aires para visitarnos. Pero bien, como este texto no tiene como finalidad ser una autobiografía diré que esta, además de una anécdota, graciosa para mi familia, más recordada de mi niñez, fue uno de los primeros atisbos de una personalidad que entre otras cosas sería muy independiente.

Si bien siempre estuve rodeada de una variedad bastante amplia de parientes que vivían pendientes de nosotros, los chicos, me caractericé por ser más autosuficiente que mis hermanos y primos, lo que no significaba que no notara eventualmente la ausencia de todos ellos o que no recurriera en su ayuda. Es decir, siempre fui una persona muy “familiera” (ahora me doy cuenta más que nunca) pero a la vez más retraída, solitaria si se quiere. Mi hermana me describe como una persona metódica, de convicciones fuertes y hasta a veces duras pero a la vez inocente, ingenua, dulce. Yo podría agregar que prefiero escuchar sobre otros antes que hablar de mí: el hecho de pedir mi descripción demuestra lo difícil que me resulta encontrarme. Pero como tampoco la finalidad de esta descripción es realizar un análisis psicológico sino más bien ser una presentación, simplemente diré que soy una chica como muchas otras que vienen del interior del país a estudiar a la gran ciudad, a la gran universidad, con todo lo que esto significa: un despojo repentino de varias costumbres, rutinas, hábitos y comodidades que tenía y que por supuesto cada uno tiene en su hogar, encontrar la forma de adaptarme rápidamente a una metrópolis desconocida y monstruosa que te exige, lidiar con la falta de conocimientos que muy de a poco lograré alcanzar, conocer personas nuevas que en algunos casos se convierten en amigos, vivir experiencias que no se encuentran en las ciudades con alma de pueblo de las provincias (algunas muy gratas y simpáticas, otras no tanto), tratar de dilucidar si la decisión que tomé fue la correcta y resulte que sí, era mi vocación, o era simplemente “lo que tenía que hacer”, y sobre todo querer descubrir quien soy, intentando crecer. Solo quiero poder tomar más fotografías de anécdotas, de esas que te hacen volver el tiempo atrás y ver lo mucho que cambiaste. Sólo exijo entonces a esta vida que te exige tanto pero que a la vez te concede tantos momentos felices, poder tomarme mi tiempo.


Florencia Inés Mondedoro

No otra


20 x 25cm en un cuadro que desde hace 15 años cuelga en el mismo lugar en una de las paredes del que siempre fue y será mi dormitorio. Un fondo celeste que combina con el guardapolvo de jardín, sobre el cual cae el cuello de una camisa que no pasa desapercibido. Además, una cadenita que recuerdo haber perdido en unas vacaciones hace unos ocho años, se posa sobre esa tela color rosa.

Mi cabeza en diagonal, con unos rulos muy marcados que me llegan hasta arriba de los hombros, a pesar de que mi sueño era tenerlo mucho más largo. La raya al costado y un mechón sujeto con una gomita blanca de peluche que se usaba en aquella época no tan lejana.

Y finalmente yo, mi cara en primer plano, sonriente, con los pómulos colorados y ojos pícaros que hablan sin hablar. Esto último es el motivo por el cual elegí esta foto y no otra imagen: porque los rasgos que hoy me identifican son aquellos que me caracterizaron desde siempre, desde que nací, y que me hacen ser quien soy. Es el día de hoy en que aún tengo que lidiar con lo rojo de mis cachetes cada vez que hace calor, estoy nerviosa o tengo vergüenza; mis rulos, que si bien están más domados y finalmente muy largos, no dejarán nunca de ser resortes; mi mirada, la cual se expresa por sí sola y delata mis sentimientos más profundos; y por último, esa sonrisa, símbolo de mi alegría espontánea y que es una marca personal. En fin, una foto que aunque fue tomada hace mucho tiempo atrás y en la cual yo era sólo una niña, conserva toda la frescura de mi persona a pesar de lo mucho que he crecido y cambiado.


Pablo Montanía

Hombre mirando al sudeste, cuan joven y que viejo se ve a este sujeto. No sabemos nada de su identidad por lo visto es un fumador, o seguramente estará pensando en alguna musa, aunque tal vez en lo que tiene que estudiar para el parcial del mes que viene. Mentí, es verdad. Conozco a ese individuo, aunque es mejor perderlo que encontrarlo.

A vos te estoy hablando, a vos, que nunca sigues mis consejos, a vos te estoy gritando, que estás metido en mi piel, a vos que estás fumando ahí, al otro lado de la foto por qué no buscás una esperanza por qué no seguís un sueño. Empezá por largar el tabaco luego por levantarte y caminar, dicen que el camino se hace al andar. Si ya se que tropezaste varias veces con la misma piedra pero ahora estoy yo, para sostenerte cuando caigas, y sino pondré almohadones. Te veo en esa foto y no comprendo por qué sos tan asesino de tus sueños.

Haces trampas en el ajedrez, brindas con amigos, te dormís con música, y por decir lo que pensás, sin pensar lo que decís, más de un beso te dieron (y más de una cachetada también). Cada día que pasa más dudas y más aciertos en tu mente, ¿no estarás haciendo las preguntas equivocadas? Madrugadas enteras conversando con tu insomnio de ella, ojalá puedas poner en penitencia a tu paciencia para no esperarla. ¿Por qué la imagen en blanco y negro? Si no sos de irte a los extremos, sé que te gustan los grises como a mí. A partir de hoy vamos a ponerle color a la vida, toma tus acuarelas yo pondré el lienzo, vamos a crear tu obra. Para eso siempre debemos acudir a una historia de ficción ese género que sabes que pinta tus grises días Esperemos que esta vez la realidad no supere la ficción. Don Julio, ambos estamos al tanto de su presencia en esta casa tomada por la soledad junto a sus amigos los cronopios, nos dieron las instrucciones para subir la escalera al cielo…creo que es una rayuela, ¿vos qué pensás? Bendito fantasma que escribió un libro en el bar del infierno, ahí en Flores. Él te aconsejó que leas las crónicas grises de un Ángel. Ahora el espectro te acompaña por la autopista del sur en colectivo, mientras una señora espía, tardás en dar vuelta la página, sigues siendo solidario aun, por ese motivo ¿Me convidas un cigarrillo?

domingo, 4 de mayo de 2008

Portaretratos (II)

Mercedes Cerrotta

Descubriendo horizontes y miradas


Un sol radiante a punto de encontrarse con el horizonte. Un cielo limpio de nubes pintado de colores cálidos. Un mar revoltoso teñido en el centro de colores tierra, hacia los costados de un azul intenso iluminado. Una pequeña península cortando la monotonía del agua. Una silueta negra a contraluz mirando la nada.

Es verdad, el color atardecer es mi favorito. Es como mirar una fogata o el hogar encendido que lentamente se apaga para luego ser reanimado la siguiente mañana. Pero esta vez fue diferente, el sol parecía que se extinguía poco a poco al sumergirse en el agua. Es verdad, nunca me gustó el mar, pero esa tarde me dejó un poco hipnotizada. Fue en ese rincón de la costa de Buenos Aires, hace algunos ya algunos años, donde por primera vez vi al sol dejando de brillar sobre el océano.

En la silueta no se puede distinguir un rostro, una sonrisa, un gesto, un estado de ánimo, una mirada. Es posible que, a pesar de eso, en realidad no estuviera mirando la nada: observaba con asombro, y a su vez con precaución, un novedoso horizonte que me llamó la atención. Quizás estaba eligiendo un horizonte entre todos los que había conocido, quizás ya lo elegí, quizás todavía no me decido.

Y sí, definitivamente detrás de esa silueta existen muchos gestos, muchas sonrisas, muchas miradas, muchos rasgos de una personalidad que a veces cambia. Pero solo leyendo con ojos de lector curioso, entrometido, descubrirán qué mirada esconde ese perfil a contraluz que esa tarde contemplaba la línea perfecta que separa un cielo casi apagado y un mar revoltoso un poco iluminado.


Antonella Díaz

Familiandonos

Domingo de enero. Nos adueñamos de una playa, mis primos, hermanos, sobrinos y yo.

La naturaleza imperaba. Solo nos quedaba bucear, armar castillitos, jugar a la pelota y esperar que cayera el sol.

Mientras el mate le daba vueltas a la ronda, recordábamos cumpleaños, asados, caídas y proyectábamos los próximos viajes. De eso se trata, de buenos momentos, de simplemente disfrutar en familia.

Cuando estaba fuera del mar era más que importante tener agua caliente para seguir con los mates. A mi parecer el mate une a las personas. Además mi cámara de fotos siempre se hacia presente. Tengo la idea de que las fotos pasen de generación en generación.

Concejos de los primos más grandes a los más chicos. Muy típico por ejemplo:”cuando yo tenia tu edad hacia lo mismo “. Cuidar a los más chiquitos poniéndoles protector solar, secarlos cuando se mojaban mucho, jugar con ellos sin nada a cambio. Resaltar al tío preferido, a la tía que mejor cocina, a la prima que más estudió, el que más lindo salió, la que siempre hace las payasadas que nos hacen reír a todos. Compartir, compartir en familia es muy importante.

Mientras disfrutábamos del lugar, del sol, del mar y de nosotros mismos, nuestros papas, tíos y nuestra abuela nos esperaban con el asado de todos los domingos. Llegar y poder contarles a todos que habíamos pasado un día increíble completaba nuestro día.

El sol se despidió. Nosotros, mientras, sentados en la gigante mesa de mi casa llenábamos las copas y apurábamos al tío para que el asado estuviera listo.

Risas y alegrías. Familia y amigos. Asado y mates. Sol y mar. Recuerdos y fotos.


Federico Esteban

La foto que elegí es una en la cual estoy con mis amigos de esos que les decimos de toda la vida. Son unos que los conozco desde chico, tuvimos contacto por primera vez a los catorce años y desde entonces no nos dejamos de ver nunca más. Somos un grupo de nueve, nos juntamos todos los fines de semana a comer o a jugar al fútbol.

En esta foto estamos en la playa en un día soleado, todos juntos ahí tirados, un par tomando mate, otros atrás pateando una pelota y de fondo se ve el mar con bastante oleaje. Nos fuimos de vacaciones juntos el verano pasado a una casa para seis personas siendo nueve. El día de esta foto fue el treinta y uno de enero donde ya nos volvíamos a Buenos Aires para la suerte del dueño de la propiedad que alquilamos porque lo teníamos harto, nuestra casa estaba atrás de la suya y creo que lo torturamos quince días con la música, los gritos, tal es así que unas vez nos cortó la luz y a Santiago, un amigo, lo agarró de los pelos para que dejáramos de hacer lío y echáramos a todas las personas que habíamos invitado.

Antonela Giorgetta

“Sólo una foto”

Una imagen degradada, quizá ya es un poco vieja. Un patio, rodeado de plantas y flores, y un gran ventanal por donde se puede ver el interior de una casa, están en el fondo de la escena.

Una nena con dos colitas en el pelo parece alcanzar la felicidad. Ella está contenta, porque entre sus manos tiene una gran muñeca naranja. Ahora a esa muñeca le faltan algunas pelotitas de telgopor. Tiene un vestido rosa, y parece que fuese una tarde de verano, en la que el sol empieza a caer, para darle paso a una noche más.

A su lado hay una mujer de edad bastante mayor, sentada en una silla. El cansancio de los años se hace notar. Las dos están sonriendo.

Ya pasaron más o menos dieciséis o diecisiete años, y esas dos personas éramos mi bisabuela y yo.

Recuerdo aquel momento como si el tiempo no hubiese pasado. Y ahora solo deseo poder regresar el tiempo atrás para volverla a ver tan solo un segundo más.


Mariana Jaulin

Arranques y reacciones

Es una foto espontánea, tomada en algún que otro cumpleaños familiar. En ella aparecemos mi papá y yo. De fondo se asoman ciertos objetos que remiten a mi niñez.

Pero no es una fotografía en la que se me puede ver alegre, sino más bien representa uno de mis más característicos temperamentos. Desde niña siempre fui igual: frente a una situación que no me era agradable, mi primera reacción era el enojo. Luego, al ver que las cosas seguían de la misma manera, nacía en mí la terquedad. Además, para convencer a todos de aquella ira, hacía que mi cara adoptara un mohín. A veces (o casi siempre) funcionaba, otras no; en ese caso desaparecía inmediatamente dando algún que otro portazo y mojando todo con lágrimas (no por estar triste, simplemente por aquella rabia que se apoderaba de mí).

Pero no puedo identificarme con esta fotografía por el simple hecho de que muestra una de esas facetas de una típica nena mimada. No, puedo además verme sentada en la falda de mi papá, aprovechando de ese momento, como recuerdo haberlo hecho muchas veces más. A través de esa fotografía puedo verme con él y levantar la mirada y ver a mis dos hermanos y a mi mamá. Todos juntos en familia, cosa que ya no sucede desde hace años debido a ese nefasto divorcio.

No puedo describirme como una persona triste, desganada, porque no lo soy. Fui y soy muy feliz. Aprovecho mis momentos, disfruto de la vida a mi manera. Pero aún así muchas veces surgen esos arranques… una típica faceta que sigue siendo mía.


Celeste Kerelenko

Mis ojos están ocultos detrás de algo que durante mucho tiempo había buscado: anteojos como los que usaba John Lennon. Ese día los había conseguido, estaba muy feliz por eso. La sonrisa que se dibuja en mí, demuestra aquel momento de alegría.

Ahora, se preguntarán por qué un par de anteojos me hizo feliz. Bien, la respuesta es la siguiente. Desde que recuerdo, escucho a bandas como Queen, The Beatles, Sui Géneris, por ejemplo. Influencias de los papás quizás. La cuestión es que de grande descubrí que John Lennon tenía otro mensaje para mí. Además de su música, me transmitía paz. Y eso es lo que durante muchos años busqué. Paz, que pude representarla comprándome esos anteojos.

Quizás en el momento en que los obtuve pude llegar a notar que algo estaba cambiando, no por esos vidrios, sino por mí misma.
Hay algo en esa imagen que no es usual para mí. Nunca tiro hacia atrás mi flequillo, pero ese día quizás haya habido algún motivo especial para que no aparezca en la foto.
Mi remera no sé si me identifica. Pero creo que las cosas suceden por algo, así que hubo algún motivo para que decidiera escribir esa frase de una canción de la primera banda que pude sentir como propia.

La pinté con las palabras de “Maldita, cortamambo y cruel”. Supongo que no soy nada de eso, pero hay una explicación lógica. Si seguimos escuchando esa canción, la oración terminaría con “la duda”.
Y siento que muchas veces la duda fue demasiado maldita, cortamambo y cruel.


Tatiana Lodosa

Trescientos sesenta y cinco días

Ancianos, adultos, jóvenes y niños sonríen a una cámara que seguramente en nada se parece a las que hoy nos retratan.

Me veo en brazos de una mamá un tanto más cambiada que la de ahora, que sin ocultar su rostro de felicidad, me levanta como si fuese un trofeo. Me veo rodeada de gente completamente desconocida pero que, paradójicamente, se encuentra allí por mi. Miento, no son todos desconocidos, algunas caras vienen a mi mente como ráfagas, caras que ya no veo, caras que deje de ver por alguna razón y que la vida con sus vueltas quiso que me volviese a encontrar, otras que ya no se encuentran, que necesito y MUCHO. Pero que en cierta forma, aunque no en forma de caras, están. Y algunas que ni siquiera puedo recordar. Por ahí aparece también la de un payaso; y quién me puede asegurar que nada que ver tiene con mi actual fobia. Igualmente yo, ni enterada.

No sé por qué le sonríen a esa antigua cámara, ni tampoco sé por qué yo no lo hago, ¿será qué no sabía que todas aquellas personas estaban allí para verme? Seguramente. ¿Por qué? Porque hace diecisiete años y nueve meses todos esos desconocidos y los no tanto se reunieron vaya a saber uno dónde a festejar el cumpleaños de una nena, el cumpleaños número uno.