jueves, 2 de octubre de 2008

Ficcionalizar un recuerdo (I)

Aquello que se asoma

Hace frío aquí. Tal vez sea porque estamos en invierno. Aunque la ventana de mi habitación permanece cerrada, el frío se cuela por algún espacio vacío, y me despierta. Abro un ojo, con cierto recelo y negación, espío la habitación, y, se convierte en la pequeña cerradura de una puerta.

La cama está en el medio, como una balsa a la deriva; a la derecha, un velador blanco apoya sus pies sobre una mesita de roble, y a su lado un rectángulo gris toca el bombo. La puerta se mantiene abierta, y tal vez sea ella la culpable del frío, que pasa sin pedir permiso, y me congela, hasta el punto que no dejo de temblar. Aún continúo con un solo ojo abierto, parezco un gato desconfiado, que mientras duerme, o al menos eso intenta, controla la situación que gira a su alrededor. Un camino cubierto de cuadraditos de madera parte de mi habitación hasta la de mis padres.

Oigo un ruido ensordecedor y agudo, como la sirena de un tren, y una luz brillante y blanca que encandila mi ojo, y me obliga a cerrarlo, aunque me esfuerzo porque eso no ocurra.

Se acerca a mí, y me pregunto hasta dónde llegará. Se detiene con una frenada brusca.

Blanco, con detalles dorados en su techo, sus ventanillas están tan relucientes que permiten ver su interior y las luces delanteras son tan brillantes que casi no puedo verlo. Las vías terminan justo en la puerta de mi habitación, y me alegra saber que no puede entrar allí. Me produce una sensación extraña, por un lado, genera en mi cuerpo un temblor, y mis manos están completamente mojadas, mi respiración pierde su ritmo normal, y corre cada vez más rápido; pero por otro lado, la intriga me consume, la necesidad de saber qué esconde, y cómo llegó a mi habitación, como el frío, sin pedir permiso.

Tardo en tomar la decisión de levantarme, y acercarme a él, pero mantengo la poca tranquilidad que aún conservo, me destapo, y bajo de la cama. Mis pies también dudan, ninguno de los dos está seguro de dar el primer paso.

El izquierdo se alza en el aire, pero se arrepiente, argumenta que es una mala elección que comience él, pues siempre trae mala suerte cuando toma la iniciativa, entonces se retrae, se acomoda sobre su punto de origen, y el derecho avanza lentamente. El otro lo sigue por detrás, confiado por la decisión que tomó.

Y luego del trabajo arduo de ambos pies, me encuentro frente a él. La puerta se abre sola, el derecho vuelve a tomar la iniciativa y da el primer paso nuevamente. Estoy adentro.

Está completamente vacío, ni siquiera hay un señor que pida los boletos.

Paso lentamente, y con cierta timidez. Mi mano se desliza por cuanto objeto se le cruza por delante. Los asientos están recubiertos de pana roja, intactos, parece que nadie se hubiese sentado nunca allí.

Me siento en uno de ellos, con las rodillas casi apoyadas sobre mi pecho, mientras las sostengo con mis manos.

Las puertas se cierran, el motor se enciende, y emprendemos un rumbo desconocido, al menos para mí.

Cruza a toda velocidad la pared de mi habitación, mas no la rompe, solo la atraviesa con una suavidad profunda. La oscuridad desaparece, se diluye, y un rayo de sol ilumina mi cara pálida y mis ojos color café. Pierde la continuidad de mi casa, y la de mis vecinos, y aparece en un lugar totalmente extraño para mí. A las vías, el camino que recorre, apenas puedo verlas, se diluyen con su rapidez.

Estoy en el medio del campo, solo veo verde y más verde. Árboles gigantes, plantas exóticas, y hasta lo más insólito, un cactus, flores de todos los colores posibles iluminan la imagen, que parece quedarse congelada a pesar que avanzamos cada vez más, y crean un paisaje soñado, una tranquilidad deseable y extraña.

Mas él no se detiene, aunque yo tampoco intento frenarlo. Me niego a hacerlo, es la necesidad de saber hacia dónde nos dirigimos la que me lo impide. Me angustia saber que no tengo rumbo posible, que iré hacia algún lugar desconocido.

La oscuridad se acerca de nuevo, y tengo la sensación de que he vuelto al punto de origen, a mi cama, a mi habitación, a mi casa. Pero me equivoco una vez más. Un semicírculo de piedras gigantes y amontonadas, superpuestas viene hacia mí. Mejor dicho, yo voy hacia él. La velocidad no disminuye, y si no frena probablemente nos estrellaremos. Se acerca cada vez más, e ingresamos a él, mientras cierro los ojos para no ver el colapso.

Temblamos y nos sacudimos de un lado a otro, el camino de rocas que hay debajo choca con las ruedas y produce el efecto. Abro los ojos, atónitos y desesperados, y observo en sus paredes rocosas una sucesión de imágenes que me son familiares, y que permiten dilucidar un futuro cercano. No entiendo que ocurre, soy yo la que está en las paredes, pero no como una niña traviesa, ni como una adolescente que mantiene constantes peleas con su personalidad, sino como una persona que todavía no llegó. No comprendo qué debo hacer frente a este hecho, pero presiento que intenta mostrarme algo más de lo que mis ojos ven como imágenes que se suceden unas a otras sin ninguna conexión posible. En la última, una mujer físicamente muy parecida a mí grita fuertemente –Arriésgate o no ganaras jamás - Esto hace que me confunda aún más.

Tarda unos segundos en cesar tanto el movimiento, como la oscuridad.

Al salir respiro profundo, tratando de comprender qué fue exactamente lo que sucedió allí.

Él sigue su rumbo, y parece estar conforme, ya que estamos regresando a mi parada. Atraviesa la pared de la habitación de mis padres, corre por el pasillo de cuadraditos marrones sin fin, y frena bruscamente algunos centímetros antes de mi cama, justo al lado de mi puerta.

Suelto mi mano de la baranda dorada, a la cual permanecí firme desde mi partida. Bajo mis piernas del asiento rojo, el pie derecho sabe que debe comenzar, ya que así lo decidió el izquierdo. Se alza suavemente, y con la misma tranquilidad se ubica sobre el suelo. El izquierdo lo sucede. Salgo de él, y primeramente observo si estoy en el lugar correcto. Camino hacia mi cama y no le quito los ojos de encima. Él se mantiene estable, inmóvil. Sentada, lo miro desde el andén, lo veo partir con rapidez y cómo se pierde entre las paredes de mi habitación aquel monstruo gigante, blanco con detalles dorados que vino por mí, y me quitó horas de sueño. Me recuesto, mi mente gira sin parar, mientras trato de dilucidar qué ocurrió exactamente, pero sobre todo, qué intentó decir la mujer en la última imagen.

Vuelvo a sentir el frío que recorre mi habitación, tanto que la congela, que sigue aquí, como un intruso. La oscuridad aún no se ha ido. Cierro los ojos. Abro uno, y espío con inseguridad y timidez. Se convierte nuevamente en la mirilla de la cerradura. Todo está calmo y en su lugar, menos rectángulo gris, que se tomó vacaciones mientras me fui.

Antonela Giorgetta

Clasificados: busco asustador profesional

¡Basta Lucía, es hora de ir a dormir!

¡Obedece Lucía, anda a la cama!

¡Quédate en la cama, ahí es dónde tenes que dormir!

¡No es hora de jugar ya es tarde!

La familia de Lucía estaba muy cansada de los caprichos, de la histeria y del mal comportamiento de esta niña de apenas 6 años. Intentaron miles de maneras y formas para que se duerma y no se escape de la cama todas las noches, pero había algo en la pequeña que hacía que justo a la hora de descansar, donde todos ansiaban dormir después de un arduo día lleno de actividades, ésta se despabilaba y lo único que quería era cantar y bailar, y que su familia la mire y la aplauda. Al principio era divertido, Lucía era la consentida de su papá al ser la menor de tres hermanos varones, pero con el tiempo éste vicio se tornó insoportable. La familia buscó por todos los medios habidos y por haber una solución, la encerraban, se escondían, se vendaban los ojos y se tapaban los oídos, pero nada funcionaba, Lucía era muy astuta e inteligente y se las ingeniaba para lograr su objetivo: ser escuchada y admirada por su familia todas las noches.

Un día, Pedro, el papá, comentando en el trabajo lo que le sucedía y lo preocupado que estaba recibió de parte de un compañero la solución más brillante para ponerle fin a su problema. La idea consistía en poner un aviso en el diario, en la sección de clasificados, buscando un asustador profesional y con mucha experiencia en esa tarea.

En el camino de vuelta a la casa, Pedro pasó por una agencia, dejó su pedido y se retiró contento y ansioso por recibir el llamado del asustador.

Después de cenar, cuando Lucía apareció como todas las noches para hacer su show, se sentó sin renegar y sin retarla a escucharla y aplaudirla con gusto y orgullo sabiendo que muy pronto esto no iba a suceder más, el resto de la familia lo miraba sorprendida, no entendían el cambio de actitud, es que ellos no sabían el plan que tenía Pedro. A la mañana siguiente el contratador y el contratado se reunieron para firmar el contrato, una de las cláusulas era que estaba totalmente prohibido el daño físico, ya que el asustador era un cocodrilo de las aguas del pantano brasilero y como se sabe, tiene unas terribles y temibles uñas. Dentro de lo pactado, además de un buen sueldo y de los viáticos, el cocodrilo iba a gozar de la comodidad de una cama, un baño con una bañadera llena de barro y una vez por semana de un día franco.

El plan se puso en marcha esa misma noche, cuando los papás después de gritos y berrinches enviaron a Lucía a su habitación, el cocodrilo entró en acción. Apenas la pequeña intentó bajarse de la cama, el asustador se asomó con lentitud, dentro de la oscuridad lo único que se podían ver eran las grandes y temerosas uñas, Lucía en un estado de pánico, volvió a su lugar y se cubrió hasta la cabeza. Un rato después miró por debajo del colchón y como no vio nada extraño se animó a bajar, pero apenas apoyó la primera piernita, el cocodrilo salió nuevamente al ataque. En el desayuno la pequeña les comentó a sus hermanos lo acontecido la noche anterior, estos se rieron y descreyeron que existiese el famoso cocodrilo asustador, a ella no le importó que no le crean, era conciente que había un animal malo debajo de su cama.

Los primeros meses el cocodrilo asustaba con ganas, le daba placer, pero con el tiempo empezó a tomarle cariño a Luli, como le gustaba llamarla, ya que ésta cada vez que se acostaba le hablaba pidiéndole, mejor dicho, rogándole que no la asuste, que se iba a portar bien, que entendió que sus shows no los tenía que hacer a la noche cuando todos estaban cansados y tenían ganas de dormir… Las apariciones del cocodrilo empezaron a disminuir poco a poco, día por medio, hasta una vez por semana, había hecho bien su trabajo y es por eso que decidió desaparecer.

Pedro jamás reveló su secreto, hasta estos días, ya pasados varios años, sigue en contacto y no se cansa de recomendar, al gran asustador!

Martina Azar

Un poco de su propia medicina

Ella siempre le decía que no la asuste mas, es que después no podía dormirse. Pero no, al primo Coco no le importaba; parece que disfruta del sufrimiento ajeno, que se llena de placer al ver cerca suyo ojos vidriosos y gotas de sudor resbalando por las frentes. Además estaba la abuela Pocha, que no se quedaba atrás cuando de impedir el sueño se trataba. Eso no lo lograba contando historias de terror sino que con paquetes enormes, que nunca olvidaba llevar, llenos de chocolates y caramelos produciendo un empacho tal que dejaría insomne a cualquiera.

Una vez que el reloj tocó las 11 la casa se empezó a vaciar. Todos llenaban de besos y pellizcotes a la niña en sus carnosos cachetes. Entre un barullo insoportable de fondo, marcas de labial por toda su cara y un gran dolor de panza debió enfrentar el miedo a atravesar aquel pasillo oscuro y solitario para cumplir con la orden de sus padres de irse a dormir. Ese no era un desafío cualquiera y menos sabiendo que después de haber dicho “la frase” varias veces, “eso” podía estar muy cerca. Pero si no estaba en su cama en cinco minutos sus padres la dejarían sin televisión por una semana. Parecía un terrible dilema para una nena de tan solo 10 años, como haría para seguir viviendo el resto de su vida sin ver tantos capítulos de “chiquititas”; en su colegio todos se reirían de ella y no iba a poder participar de las conversaciones. Por el otro lado de que servía el hecho de no estar castigada si igualmente “eso” iba a descuartizarla y luego a comérsela en pedacitos.

Infló su pecho como si fuera un globo, suspiró profundamente y se armó de valor para dar el primer paso. A lo largo de su interminable caminata las voces iban desapareciendo y las luces se desvanecían en la distancia. “solo un poco más” se repetía una y otra vez. “ufff... que alivio, nunca pensé que lo iba a lograr” dijo con más calma, pero aun con la voz temblorosa. Se puso su pijama de ositos, agarro a Harry (su perrito de peluche) y se propuso descansar para tener muchas energías al día siguiente en su clase de danza.

“Puuum”, “plaf” ¿Qué son esos ruidos? Se preguntó, ¿de donde vendrán? Aquel ruido le sonaba familiar, parecía una canilla, pero no venia del baño ella lo escuchaba mas cerca. “sssss” “trrrrrr” continuaban aquellos atemorizantes ruidos que paralizaron totalmente a la pequeña. Parecía estar atada a la cama de pies a cabeza, no podía mover ningún músculo; ni siquiera para pedir ayuda. Otra vez esa sensación: lagrimas cayendo sin sonido por el costado de su rostro finalizando el viaje en la nuca, el sudor recorriendo su pelo, sus manos tiritando como si estuviese en medio del polo norte y la mente totalmente en negro saturada de pensamientos terribles. “Por favor no me hagas nada” por fin logró decir. “solo era un juego no quise molestarte, es que mi pri…” una voz femenina y grave la interrumpió. “Esto te servirá de lección, no volverás a molestarme ni a mi ni a ningún otro adulto, mocosa insolente”. Ella trató de explicarle que no había sido su intención, que le tenía mucho miedo a esa especie de juegos y que todo lo que hizo fue puramente culpa de ese primo que se cree inmune a todo peligro.

La visita inesperada, que llevaba extrañas marcas de quemaduras por todo su cuerpo, cambió el tono de su voz. Algo confundida le pidió disculpas a la jovencita y le contó la historia desde su perspectiva, para que entienda mejor la situación. Comenzó con su nombre, pero eso no fue de gran importancia sino su edad. La mujer el próximo febrero cumpliría 596 años, pero hacia 577 que ya había muerto. Toda la semana anterior había estado trabajando sin parar, decidiendo la suerte de la gente del purgatorio, dándole una mano a algunos pobres infelices de la tierra y ocupándose de la parte administrativa del cielo. No era nada facil vivir allí, “no es ningún paraíso como todos dicen” le comentó a la nena. Uno sigue pagando cuentas, ocupándose de su familia y hasta tiene que trabajar. Pero esta semana no, esta semana tenía sus merecidas vacaciones; luego de tanto esfuerzo iba a poder descansar de una vez por todas. Sus planes se vieron arruinados, cuando en medio de su siesta empezó a escuchar voces dentro de su cabeza que la llamaban “si sos un espíritu bueno aparecé, danos una señal de que nos escuchas”. Trató de hacer caso omiso pero fue imposible, llevaba esas voces a donde quiera que fuera, no la dejaban en paz. No tuvo más opción que enfrentar la situación y, aunque de muy mala gana, bajar a la tierra para ver que era eso tan urgente que necesitaban. “Ya va a ver ese primo tuyo, va a aprender que con los muertos no se jode. No te das una idea de lo que fue mi vida terrenal, de lo que tuve que padecer, Hereje me decían ¡ja! Así y todo mira donde llegue gracias a mi esfuerzo, lo único que me falta es tener que soportar las chiquilinadas de un borrego” “¿Se cree que no tengo nada mas importante que hacer?”.

“Yo te ayudo” dijo suavemente y no del todo convencida la nena. Al fín y al cabo ella también quería vengarse por esos malos ratos que le había hecho pasar. La difunta la cargó en sus brazos y viajaron por el aire hasta la casa de Coco. El plan estaba difuso; pero comenzó mas o menos así: El primo de la niña, al vivir solo, estaba preparando (mas que nada recalentando en el microondas) su cena. Cuando llevó su plato de comida hacia la mesa notó que esta ya estaba servida, aunque creía tener algunos problemas psicológicos nunca se le había diagnosticado el mal de Alzheimer, además, ¿Por qué hubiera puesto la mesa para tres personas si no esperaba a nadie? Este suceso lo desconcertó un poco pero sin más volvió a poner las cosas en su lugar. Al sentarse en la cabecera, como lo hacía cada noche, la televisión se encendió sola y sintonizada en un canal que transmitía una película de terror. Un poco asustado y sin apetito decidió guardar la comida para el día siguiente y tomarse un descanso, ya que estaba seguro de que todo esto era producto del cansancio. Al recostarse en su cama las ventanas de la habitación se abrieron dejando entrar un viento helado y haciendo balancear las cortinas de forma espeluznante. La luz se prendió y encontró algo que quedará tatuado en su memoria. En el espejo, frente a su cama, decía: “No hay mejor forma de ganarse el respeto de un asustador que asustándolo, la próxima no será una advertencia. Cuidado”. Coco no logró contener el llanto y corriendo llego a casa de sus padres, donde paso la noche. De más esta decir que la niña no padeció nunca mas ese sentimiento de terror recorriendo por sus venas, es mas, actualmente ya con 23 años se dedica a filmar películas del género horror transcribiendo en el cine las historias que tanto la hicieron sufrir. ¡Ah! Casi me olvidaba, cuando necesita a alguien con quien hablar prepara “el juego de la copa” y se comunica con su amiga que tanto la ayudó en su infancia; su nombre era, si mal no recuerdo,…Juana de Arco.

Melanie Berdichevcky

“Creyó que no reflejaba nada”

Capítulo I

Se sentía perdida. Largos días de rutina insoportable. Una vez más esa sensación de ahogo y su asma volvía para recordarle todos sus males. Se fue a la cama temprano, como lo hacía desde varios meses. Pensó un poco y logró dormirse.

Se despertó empapada en sudor frío. Lo había soñado de nuevo. Una cara de mujer, donde no se distinguían sus ojos, nariz y boca, como si no las tuviera.

Su corazón latía muy fuerte, de a poco se fue calmando. Estaba acostada en su cama, su casa, nada podría pasarle. Aquí no había rostros raros, fantasmagóricos. Sólo se encontraba ella y el pedazo de queso rancio en la heladera (recordó que no había ido al supermercado por alimentos).

Logró calmarse. Abrió y cerró los ojos, no había diferencia. La oscuridad era total. No tenía cuerpo, al menos no lo veía. ¿Se habría mezclado con el universo?, pensó.

Intentó sacar de su mente esa imagen espantosa. La oscuridad estaba rara, demasiada oscura. Un escalofrío recorrió su cuerpo, un escalofrío húmedo.

Buscó la perilla para prender su lámpara de mesa pero no la encontró. Intentó divisar algo de la habitación, pero la oscuridad era demasiada oscura, densa, hasta sentía cómo se metía la negrura por su nariz, llegando a sus pulmones. Será el asma…

Aún estaba acostada en su cama, estaba tapada con muchas frazadas, aún así tenía frío.

Miró a su alrededor y divisó una pequeña rendija de algo parecido a la luz, aunque no podría decirse que iluminaba, más bien, quitaba oscuridad a su pequeño entorno. Esa luz no era cálida, por el contrario, se la veía sucia.

Contra su voluntad decidió que tenía que levantarse. Atravesaría el pasillo, iría a la cocina y tomaría un reconfortable vaso de leche, eso haría que se durmiera tranquila. El estrés del trabajo, pensó…

Salió de la cama y tocó el suelo. Éste le congeló los pies, e el frío subió por todo su cuerpo.

Sin que se diera cuenta, su corazón comenzó a latir un poco más rápido.

Llegó a la puerta (de donde salía la pequeña luz) y la atravesó. La luz no provenía de ningún sitio. Buscó una lámpara, algo que diera origen a esa pequeña ráfaga, pero no provenía de ningún lugar. Observó a su alrededor, el pasillo era más pequeño que se costumbre, más asfixiante. Con mucho cuidado comenzó a caminar. Podía reconocer a su pasillo en el pasillo, pero ese no era su pasillo.

Siguió caminando y llegó al final, había colgado en la pared un espejo, pero éste no emitía su imagen, sólo el pasillo interminable.

Dobló hacía la derecha y vio sobre su cabeza un pequeño puente que despedía por sus costados pequeñas cantidades de agua. Pasó por abajo y llegó a lo que debiera ser su comedor.

La mesa y las sillas habían desaparecido, junto con todos los aparatos electrónicos. En su lugar había un lago y, justo en el medio, estaba cortado por un camino.

El agua desprendía un ligero, pero notable, olor a podrido, que le recordó al queso putrefacto en su heladera.

El camino que separaba a la laguna en dos era bastante largo, a pesar de esto, ella podía ver el final. En la punta opuesta había una enorme pared que no tenía techo, y justo en el medio, un pequeño agujero, un pobre intento de puerta.

Sólo eso podía ver, la oscuridad no sólo nublaba sus ojos sino que también asfixiaba su pecho y lo oprimía. Tenía la certeza de que en la oscuridad se escondía algo, que sin darse cuenta le resultaba familiar. Sensación vieja y nueva, recurrente.

Parada en un extremo del camino, un escalofrío recorrió su cuerpo, sus piernas se aflojaron y sus manos temblaban. Sintió su pecho inflarse y, en forma mecánica, buscó su inhalador. No lo encontró, esta noche el salbutamol no podría salvarla.

Respiró y exhaló. Respiró un poco más profundo y volvió a exhalar, buscando estabilizar su respiración.

Nunca fue una persona valiente, atributo que siempre se reprochó a sí misma pero que jamás intentó modificar.

Esta vez tampoco sería valiente; sin embargo, algo la impulsaba a seguir. ¿Curiosidad, intuición?, no lo sabía.

No lo pensó, y con el retorcijo en su estómago, comenzó a caminar el sendero. Demasiado estrecho para su gusto, sobre todo teniendo en cuenta su olor y su aspecto.

Le pareció ver imágenes reflejadas en el agua, pero pensó estar imaginándolo. Miró más detenidamente y la imagen cobró vida ante sus ojos.

Vio lo que parecía ser una persona siendo humillada y hermaneciendo inmutable. Alguien hablaba y la muchacha de la escena no respondía. Si tan sólo pudiera ver la expresión en su rostro, pero no era perceptible.

Siguió caminando. Las imágenes la rodeaban en forma de reflejos en el agua. El olor del agua se hizo más fuerte, casi insoportable.

No podía aguantarlo. El agua tenía olor a vergüenza, impotencia, dolor. Le dolía la garganta. Centenares de palabras no dichas, no gritadas, se amontonaban en su garganta y parecía que iba a explotar, el olor a bronca se volvía inaguantable. Entraba por su nariz y le salía por los poros, se aferraba en su estómago y en sus dientes que no paraban de presionarse los unos contra los otros, al límite de quebrarse.

Corrió, con la poca conciencia, el trecho que le faltaba y llegó al final del lago. Estaba frente a la puerta que la llevaría detrás de la pared de piedras.

Capítulo II

Durante un instante se quedó apoyada en la pared. Las sensaciones seguían latentes en su cuerpo, electrificándolo.

¿Qué era lo que había visto? ¿Qué significaba?

No importa, las sensaciones debían desaparecer, sólo así podría continuar (aunque no supiese a dónde).

Su conciencia fue volviendo poco a poco, sus pensamientos volvían a ser claros, ella volvió a tener voz, o al menos eso pensó.

Las imágenes reflejadas en el agua continuaban. Parecía ser la misma persona la que figuraba pero no podía ver su rostro.

Agradeció ser ella misma de nuevo, reconoció a sus pensamientos, a sus manos un poco temblorosas y el nudo en su estómago, una compañía que tenía desde hacía tiempo y que ya era parte de sí.

Recordó el espejo en el pasillo que no devolvía su imagen, recordó aquel rostro sin facciones y aquellas imágenes en el agua. Su garganta todavía estaba resentida del dolor. El cosquilleo que recorría su garganta y su nariz trataba de escapar por sus ojos, pero no era momento de llorar.

Maldita dualidad. El deseo de quedarse y la necesidad de seguir, no podía parar, sabe Dios qué podía suceder.

Tragó saliva que atravesó como roca su garganta y el peso se alojó en su pecho, mientras una puntada invadía su estómago.

Nada podía ser pero de lo que ya había sido.

Dejaría atrás ese espantoso espacio, ese olor putrefacto y eso que había sentido.

Se dispuso a seguir…

Se agachó un poco y atravesó el pequeño agujero.

Al principio la oscuridad no le permitía ver a su alrededor. Trataba de vislumbrar pero era demasiado oscuro.

Sintió que algo cayó en su cabeza, le dolió un poco. Se tocó y sintió algo viscoso pero que no emitía olor.

Camino un paso, sus ojos se fueron acostumbrando a la oscuridad y pudo distinguir, a grandes rasgos, dónde se encontraba.

El techo parecía desmoronarse, pero sólo caía pedazos de barro, el suelo estaba repleto de la misma sustancia.

A decir verdad, todas las paredes de la cueva también eran de barro, que caían chorreando por las mismas.

Supuso que al otro extremo se encontraba la salida. Comenzó a caminar segura. ¿Qué podría hacerle el simple barro?

A cada paso que daba sus pies se enterraban un poco más, cada paso costaba un poco más, cada paso era un poco más pesado, y la salida no llegaba.

Se iba hundiendo cada vez más, sus piernas cada vez más pesadas la tiraban hacia abajo. Se ayudó con las manos pero era inútil, se estaba enterrando lentamente.

El fango estaba helado y comenzaba a meterse en su carne. Le costaba respirar. Una gota de sudor cayó en la inmensidad fangosa. El cansancio la fue invadiendo, apenas podía sentir sus piernas, y un cosquilleo se había instalado en sus brazos. Comenzaba a ganarle la partida, su cuerpo estaba agotado… y su mente también.

Se arrodilló en el fondo semi sólido, el barro le llegaba al cuello.

“Ya no más, por favor, ya no más. No puedo seguir luchando”. Su cuerpo ya no seguiría, le había exigido demasiado durante mucho tiempo.

Dejó de resistirse y se dejó caer en el fango, trató de relajarse y se quedó suspendida en el lodo.

Maldita dualidad, estaba acorralada por ella. Quería quedarse allí por siempre, con la paz que le brindaba no tener que pelear contra lo que su cuerpo le pedía…”nunca más, por favor, nunca más”… pero debía seguir adelante, tenía que seguir. Pero no pudo. Por primera vez, su cuerpo se imponía.

Durante mucho tiempo lo había violentado, lo había reducido. Siempre le había brindado todas las señales, pero ella las había tapado, descaradamente, hasta que un día simplemente dejó de reconocerlas, aunque ellas volvieran, como fantasmas que necesitan ser vistos. Pendientes…pendientes…

¿A costa de qué lo había mutilado? No lo sabía, no sabía qué podía ser tan importante.

Lo había mutilado, y junto con él se había mutilado a ella misma. Fue desapareciendo, se había convertido en una entidad sin voz, sin rostro.

Autenticidad esclavizada, sin más.

Sin más que el día a día, lenta procesión hasta el final. Final en el que ya se encontraba, transitando, sin embargo, con él desde antaño.

Como realidad materializada lo comprendió todo, el trayecto que acababa de recorrer. ¿Debía tomar fuerzas y seguir el camino?...

Se abrazó a todo lo que había olvidado, familia, amigos; pero sobre todo se abrazó a ella misma. Todo lo que había pasado la preparó para este momento.

De sus entrañas surgieron los viejos demonios, escondidos durante años, perdidos en las lagunas del olvido. Hoy marcharían y la abandonarían para siempre, dando lugar a su voz.

Como fuego se expandieron desde su interior. El abandono le brindó el poder para comenzar a salir.

Natalia Rodríguez Cano

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