miércoles, 11 de junio de 2008

Cortazarianos (II)


Ritos de los clemisos

Los días de lluvia, mientras el agua se acumula en los diferentes recipientes plateados produciendo una casi imperceptible hidromusia, un grupo de clemisos esprejunan en voz alta una serie de palabras leídas de sus respectivas loxis.
Dado que en esta destreza la hidromusia es primordial, este culto solo puede realizarse bajo un aguacero. Es por esto que los clemisos sólo habitan en zonas lluviosas y húmedas, y de ser posible, en aquellos lugares donde hay grandes cataratas. Estas prácticas sirven a estos sujetos a modo similar a la meditación, con el objetivo de aumentar su condición de sústalos.

Luego de esprejunar un largo rato, estos individuos pronuncian diez o quince noemas siguiendo la melodía de la hidromusia, (según sea necesario) hasta sentir una mezcla de miedo con asombro que los haga despertar; indicando que los malos espíritus se han ido de su cuerpo. Es en este momento cuando se disponen a agolpar sus manos, mirándose a los ojos entre los practicantes.

Este rito, que los clemisos practican a modo de plegaria, no es tarea fácil, ya que requiere habilidad y concentración para dominar los arromos internos y lograr que actúen en el momento indicado. Mientras más constancia se tiene en la práctica se adquiere progresivamente un mayor control de estos pequeñas células, logrando esparcirlas cada vez más a lo largo y ancho del cuerpo, mientras se intensifica la tarea de aquellas que permanecen en el estómago.


Giuliana Cervi


Némesis


Ya no escribes cosas divertidas, y tu alma es de un color gris clemizo, como una tarde fría de invierno. A nadie le importaba lo que pensabas, sólo querían mirarte. Quien te hubiera visto, habría jurado que tenías la frescura de los arriboños, tan dulces y primorosos.

Pero aunque tengas una sonrisa para todos, sonríes para que no puedan ver dentro tuyo, sonríes para que no desconfíen, para que no sospechen que tú no confías en nadie. Dejaste los pensamientos para ocuparte del maquillaje y los modales, y cual buena hidromuria aprendiste que una joven dama no tiene corazón.
Te hiciste fuerte jugando con el de ellos, aunque en el fondo te lastimes a ti misma amabarándolos una y otra vez. Procuraste olvidarte quien eras, pero los vacíos no pueden llenarse con aire: la vida continúa y no pudiste decir que no a lo que en ella se te cruzaba.

Sé que darías mil sustalos de los más hermosos por volver a ser lo que fuiste, por la inocencia que derrochaste, por recuperar las tardes solitarias en el agolpar escribiendo las inquietudes del mundo que te rodeaba. Pero eso ya no es posible.

Débora Vieyra



Instrucciones para mirarse al espejo y no perderse en el intento

Primer paso: ubicarse frente al espejo. Este podrá ser de cuerpo entero o medio cuerpo dependiendo de las ganas del reflejo de mostrarse. (Mientras le doy las instrucciones aparecerá la historia de un hombre que no siguió estas instrucciones. Por lo que aconsejo que lea la historia sino quiere acabar como el. En un oscuro rincón, del húmedo cuarto, el cual pertenece a la casa de dos plantas, cuyas raíces están ubicadas en los imponentes macetones de los suburbios de Italia, la capital de Roma, un hombre bautizado como Tomás Riboira Linch se afeita)

Segundo paso: mirar fijamente el reflejo sin mordimiento alguno y sonría siempre tiene que contraer los músculos faciales para provocar una risa no importa que tenga mal humor porque se acabo la mermelada esta mañana (Finalizando ya con la masacre de vellos faciales, llega al fatídico segundo donde la hoja de afeitar, vencida y cansada por culpa del anciano tiempo, le corta la mejilla izquierda. Si hubiera sabido el señor Linch que esa mañana el sindicato de reflejos decreto una huelga, seguramente no se habría afeitado. Mientras pensaba en su mala fortuna, su reflejo, sin un solo corte, se marchaba evidenciando la medida de fuerza. )

Tercer paso: al mirarse en el espejo el cuarto donde este se encuentra debe estar muy bien iluminado ya que no queremos que el reflejo se le de por dormir (El señor Linch notó que su pierna derecha, sangraba y manchaba su media, color azul Irlanda, la cual expresando su enojo por ser atropellada por la irreverente sangre, decidió volver al cajón de sus pares. Pero tal fue su equivocación que enseguida se sintió discriminada por las elegantes medias de vestir, las que seguramente le harán la vida imposible hasta que algún alma caritativa se apiade de ella o simplemente alguien que este buscando rompa para lavar.)

Quinto paso: una vez reflejado en el espejo asegurece que ese es usted. Lo comprobara por unas series de características, si usted levanta la mano derecha y guiña el ojo izquierdo aparte de que esta loco se dará cuenta que el reflejo repite el movimiento. Entonces así confirmamos que el reflejo es el nuestro (Por otra parte la sangre, con su rebelde carácter, sigue su rumbo dibujando en el piso tibio el rostro de una mujer morena. Pero el señor Linch no la reconoce, aunque sus ojos se inunden en un mar de agua dulce.)

Sexto paso: último paso para utilizar el espejo que compro por consejo de su suegra o tía abuela. Al terminar la acción frente al espejo no se olvide de dejar un refresco, como una limonada o un jugo de manzana, es muy importante esto los días de calor y para el frió podríamos indicar un café con coñac. Tenemos que cuidar la salud de nuestro reflejo no sea cosa que este nos abandone y tanto como usted como yo no queremos eso, se imagina un mundo sin reflejos. Ya esta preparado para aprovechar al máximo las virtudes de este magnifico producto (Al final del día el señor Linch se da cuenta de que se le agotaron los sueños, tal vez por eso se viste frenéticamente para salir a comprar uno. Sabe que los sueños están aproximadamente, cada uno, unos cuarenta y siete pesos en el almacén que queda a siete cuadras del oscuro rincón, del húmedo cuarto, el cual pertenece a la casa de dos plantas, cuyas raíces están ubicadas en los imponentes macetones de los suburbios de Italia, la capital de Roma.)

Pablo Montanía


Un lugar profundo y oscuro, cálido siempre, ése es mi hogar. Pacífico había sido hasta que alguien comenzó a visitar. Es un ser extraño y feo que jamás había visto pasar: no es pez, noema ni barco; es un ente de lento andar. Su cara y su cuerpo son raros, su espalda, de plástico, es tubular, exhala burbujas de aire muy seguido y sin parar.

Se acerca este extraño a mi hogar, a mi cuerpo, a mi lugar; no sé si pretende agolparme: sólo me pongo a nadar. Del miedo mis brazos descargan una suerte de arma mortal: mis hidromurias queridas, tan necesarias para escapar.
El ser queda detenido, la tinta lo ha sorprendido y ahora intenta espejunar: difícil tarea la suya ya que mi arma no deja respirar.
Intento amabar a mis críos, el miedo ahora pasó, no hay nada de qué preocuparse hasta una segunda expedición.

Arribonios, sustalos, noemas, ¡tantos seres por investigar! Pero el hombre me busca a mí, pulpo, quien bajo el mar busca reposar.

María Eugenia Simhan


Los arribonios del sur de Madagascar


Recuerdo perfectamente a los arribonios. Son los indivíduos más holgazanes sobre el Planeta Tierra. En sus trabajos, constantemente deben espejunarse, pues sino se agobian y amabáran al supervisor con la idea de escaparse hacia sus casas para dormir todo lo que puedan sin que ningún otro los moleste. Por ésta razón, los únicos que están capacitados para liderar en esa comunidad son los no clemisos, que no tienen en cuenta la cultura arribenia de descansar 20 horas al día.

Una peculiaridad de los arribonios es que adoran el romanticísmo y las expresiones de sentimientos. Es costumbre cuando se intenta conquistar a una mujer, recolectar una buena cantidad de sustalos y enviarla dentro del mismo sobre donde se envía el noema de amor. Así es, son tan holgazanes que no escriben un poema, con todos los requisitos que éste implica, por miedo a no terminarlo. Se conforman con redactar un buen noema.

Tuve la oportunidad de concurrir a una clase dentro de un colegio primario. En ella justamente una de las pocas cosas que aprendían los pequeños niños era el género del noema. Me tomé el atrevimiento (con el permiso del profesor a cargo del aula) de revisar el texto que utilizaban de guía. En él me detuve sobre una frase: “Los bellos hidromurios se dispusieron a agolpar sobre el extenso coral”. Al desconocer por completo la palabra “agolpar” me pareció conveniente preguntarle su significado al profesor para poder comprender mejor el texto. Aquí se dio una situación desconcertante. La respuesta del profesor no fue más que la siguiente: “Mi más querido y estimado amigo, me temo que “agolpar” no expresa ningún significado, simplemente es un error de tipeo por parte de el alumno que escribió el texto el cual no estamos dispuestos a cambiar porque sería una falta de tiempo”

No lo pude creer. Culturas tan diversamente opuestas como la de los arribonios y de la cual formo parte logran establecer un punto de similitud. Y yo que consideraba que la ley del “Ma… si, que me importa” tenía vigencia únicamente en mi país.

Juan Muchnik

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